jueves, 30 de agosto de 2012

La decadencia del arte sagrado


No existe una escuela en la que se enseñe el arte cristiano en el sentido en que aquí hemos definido  arte cristiano". Puede muy bien haber, por el contrario, escuelas donde se enseñe el arte de iglesia o el arte sacro, el cual, dado su objeto propio, tiene también sus condiciones propias (y que tiene también, por desgracia, una terrible necesidad de que se lo levante de la decadencia en que ha caído).
De esta decadencia no hablamos aquí, habría demasiado que decir. Citemos solamente estas líneas de Marie-Charles Dulac: "Hay algo que yo desearía y por lo cual ruego: que todo lo que es bello sea traído de vuelta a Dios y sirva para alabarlo. Todo lo que vemos en las creaturas y en la creación, todo debe serle devuelto, y lo que me aflige es ver a su esposa, nuestra Madre la Santa Iglesia, ornarla de horrores. Es tan feo todo lo que la manifiesta exteriormente, a ella que por dentro es tan bella, todos los esfuerzos se encaminan a hacerla grotesca; su cuerpo ha sido, desde el comienzo, entregado desnudo a las fieras; después los artistas pusieron toda su alma en adornarla, mas luego la vanidad y por último la industria se mezclaron en esto y así disfrazada se la entrega al ridículo. Que es otro género de fiera, menos noble que un león, y más malo…" (Carta del 25 de junio 1897).
"...Se satisfacen con una obra muerta… Se hallan en un nivel inferior, en cuanto a comprensión del arte. No hablo ahora del gusto público; y eso, lo observo ya deSde la época de Miguel Ángel, de Rubens, en los Países Bajos, donde me es imposible encontrar alguna vida del alma en esos cuerpos rollizos. Comprendéis que no hablo tanto del volumen como de la privación completa de vida interior, y eso a continuación de una época en la que el corazón se había dilatado tan a gusto, se había hecho oír con tanta franqueza; se volvieron, tras todo eso, a los manjares groseros del paganismo para llegar hasta la indecencia de Luis XIV.
"Pero bien sabéis que lo que hace al artista, no es el artista; son los que oran. Y los que oran no tienen otra cosa que lo que piden; hoy no se les ocurre siquiera buscar algo más. Tengo esperanzas de que apunten algunas luces; pues si consideramos a los griegos modernos que imitan las rígidas imágenes de los tiempos -pasados; los protestantes, que no hacen nada, y los latinos, que hacen cualquier cosa, encuentro que en verdad el Señor no es servido por la manifestación de lo Bello, que no es alabado por las Bellas Artes en proporción a las gracias que El les ha otorgado, que incluso ha habido pecado al rechazar lo que era santo y estaba a nuestra disposición, tomando en cambio lo que estaba manchado". (Carta del 13 de mayo de 1898), Véase sobre el mismo tema el ensayo del abate Marraud, "Imagerie religieuse et Art populaire", y el estudio de Alexandre Cirigria, "La Décadence de l'Art Sacré" (nueva edición corregida y aumentada, París, ed. Art. Catholique).
A propósito de este libro, que considera ''como el análisis más completo y más penetrante" que haya aparecido "sobre este afligente asunto", Paul Claudel escribía, en una carta importante a Alexandre Cingria:
"Ellas [las causas de esta decadencia] pueden resumirse todas en una sola: es el divorcio -cuya dolorosa consumación vio el siglo pasado- entre las proposiciones de la Fe y esas facultades de imaginación y de sensibilidad que son eminentemente las del artista. Por una parte una determinada escuela religiosa (principalmente en Francia, donde las herejías del quietismo y del jansenismo han venido a exagerar su carácter de una manera siniestra) ha reservado en el acto de adhesión religioso un papel demasiado violentamente exclusivo al espíritu despojado de la carne, siendo así que lo que ha sido bautizado y lo que debe resucitar el último día es el hombre entero en la unidad integral e indisoluble de su doble naturaleza. 
Por otra parte, el arte posterior al concilio de Trento y conocido generalmente bajo el nombre absurdo de arte barroco -por el cual experimento, como sabéis, la más viva admiración, lo mismo que vos-, parece haber tomado por objeto, no ya como el arte gótico el representar los hechos concretos y las verdades históricas de la Fe a los ojos de la muchedumbre a la manera de una gran Biblia desplegada, sino el mostrar con estrépito, con fasto, con elocuencia, y a menudo con el patetismo más emocionante, ese espacio vacante como un medallón cuyo acceso está prohibido a nuestros sentidos aparatosamente rechazados. Y tenemos así esos santos que por su rostro y actitud nos indican lo inefable y lo invisible, y todo el pulular desordenado del ornamento, y los ángeles que en un torbellino de alas sostienen un cuadro indistinto y disimulado por el culto, y las estatuas que están como agitadas por un gran soplo que viene de otra parte. Pero ante esta otra parte la imaginación se inhibe intimidada, desalentada, y consagra todos sus recursos a la decoración del marco cuyo objeto esencial es honrar su contenido por medio de procedimientos casi oficiales y muy pronto degenerados en recetas y en formulismos triviales."
Después de haber notado que en el siglo XIX la "crisis de una imaginación mal alimentada" ha consumado el divorcio entre los sentidos “apartados de ese mundo sobrenatural que nada se hacía por hacérselo accesible y deseable", y las virtudes teologales, Claudel prosigue: “Por ahí llega a hallarse secretamente lesionado, junto con la capacidad de tomar en serio su objeto, el resorte esencial del creador que es la imaginación, o sea el deseo de procurar inmediatamente a sí mismo y al prójimo... por sus recursos propios, con la ayuda de elementos compuestos juntos, una cierta imagen de un mundo a la vez delicioso, significativo y razonable.
"En cuanto a la Iglesia, al perder la envoltura del Arte, ha quedado en el siglo pasado como un hombre al que se ha despojado de sus vestidos, vale decir, que ese cuerpo sagrado hecho de hombres a la vez creyentes y pecadores se ha mostrado por vez primera materialmente a los ojos de todos en su desnudez y en una especie exposición y de traducción permanente de sus debilidades y de sus llagas. Para quien se atreve a mirarlas, las iglesias modernas tienen el interés y el patetismo de una confesión bien cargada. Su fealdad, es Ja exhibición al exterior de todos nuestros pecados y de todos nuestros defectos: debilidad, indigencia, timidez de la fe y del sentimiento, sequedad del corazón, disgusto por lo sobrenatural, predominio de las convenciones y de las fórmulas, exageración de las prácticas individuales y desordenadas, lujo mundano, avaricia, jactancia, malos modos, fariseísmo, hinchazón. 
Pero, sin embargo el alma en el interior permanece viva, infinitamente dolorosa, paciente y a la espera; esa alma que adivinamos en todas esas pobres viejas tocadas de sombreros extravagantes y lamentables, a cuyas oraciones me hallo mezclado desde hace treinta años en las misas rezadas de todas las capillas del mundo... Si, aun en esas iglesias hoscas como Notre-Dame- des-Champs, como Saint-Jean­ l'Evangelíste de París, como las basílicas de Lourdes, más trágicas para quien bien las considere que las ruinas de 1a Catedral de Reims, Dios está ahí, podemos confiarnos a Él, y El puede confiarse a nosotros para que le proporcionemos siempre por nuestros pequeños medíos personales, a falta de un digno agradecimiento, al menos una humillación tan grande como la de Belén" (Revue des Jeunes, 25 de agosto de 1919).
Tomado de:
Maritain, Jacques. Arte y escolástica. Ed. Club de Lectores, Bs. As., 1972, Ps. 201-204.

domingo, 26 de agosto de 2012

La libertad para criticar el Novus Ordo


Cuando la Pontificia Comisión Ecclesia Dei publicó la instrucción Universae Ecclesiae (UE), desde la vecina infocatólica Luis Fernando Pérez de Bustamante no dejó pasar la oportunidad para exhibir la insensatez rigorista que lo caracteriza cada vez que trata el tema de la Fraternidad San Pío X. He aquí la captura de pantalla con el comentario de Luis Fernando referido al n. 19 de la UE:
(Pinche la imagen para ampliar)

No puede negarse que el n. 19 de la UE suscitó perplejidades en distintos sectores del tradicionalismo. Sin embargo, dado que estamos ante una norma disciplinar restrictiva, pues determina una limitación al ejercicio de los derechos subjetivos (CIC, c. 18), porque limita el ejercicio del derecho subjetivo a solicitar la Forma Extraordinaria del Rito Romano, no ha de interpretarse en forma amplia, es decir, dando a su expresión el mayor contenido posible, sino que la interpretación debe hacerse en forma estricta.
Esta interpretación estricta es la que acaba de realizar la Comisión Ecclesia Dei en respuesta a unas dudas (la noticia puede leerse aquí). Por tanto, no pueden solicitar la Forma Extraordinaria quienes se manifiesten contra la legitimidad de la forma ordinaria de los sacramentos, entendiéndose por legitimidad que la reforma litúrgica ha sido “debidamente promulgada por apropiados procedimientos de la ley eclesiástica (ius ecclesiasticum)”; lo que resulta lógico, pues se trata de una reforma aprobada por papas legítimos y no por usurpadores. Pero no se entiende por legitimidad que esté “de acuerdo tanto con la ley eclesiástica como con la ley divina (ius divinum), es decir, ni doctrinalmente no ortodoxa ni por otra parte desagradable a Dios.” 
Una precisión importante que no priva de derechos a quienes desean una discusión profunda de la última reforma litúrgica. Y que por ende no permite usar el n. 19 de la UE como una suerte de condena doctrinal indirecta de las críticas de fondo a la reforma de Pablo VI. Así, por ejemplo, quienes coinciden con las reservas de Ottaviani al Novus Ordo no pierden el derecho a solicitar la Forma Extraordinaria ni pueden considerarse indirectamente condenados por su posición. 
Retomando las preguntas retóricas del director de Infocatólica lo que queda suficientemente claro es que para la Comisión Ecclesia Dei también poseen el derecho a solicitar la Forma Extraordinaria los "lefebvristas" y "filolefebvristas" que tienen una visión crítica de la  última reforma litúrgica que supera la igualación objetiva de ambas formas rituales defendida por Iraburu y su coro de obsecuentes.  

jueves, 23 de agosto de 2012

El rinoceronte


El rinoceronte, la pieza de Ionesco, constituye, por su parte, la más profunda y aguda sátira del conformismo ambiental en nuestra época y de los mecanismos psicológicos de adaptación incondicional a cualquier género de situación o de cambio de mentalidad.
Sátira también del proceso de masificación y de trivialización que se opera en las almas por efecto de la tecnocracia y de las grandes concentraciones urbanas.
Imagen, en fin, de ese estado de ánimo colectivo que se revela capaz de aceptarlo todo rápidamente, con resignation préatable, por una voluntaria perdida del sentido de los límites y de la consistencia de las cosas.
En el primer cuadro, Juan, hombre "de su tiempo", con sus puntos de vista "eficaces" y filisteos, dialoga con Berenger, espíritu sencillo de abatida sinceridad. Sus frases sonoras y la vacuidad de sus actitudes siempre circunstanciales está como reclamando la exteriorización de un interno proceso de rinoceritis, es decir, de insensibilización humana. Es entonces cuando irrumpe impetuoso el primer rinoceronte por las calles de la población. Y desde ese mismo momento entra en juego para aquel ambiente humano un mecanismo psicológico encaminado a la elusión subconsciente del hecho, a la conformidad embozada con el mismo, movido siempre por actitudes previas de pereza mental, de cobardía interior y de abandonismo profundamente arraigadas. Así, a los pocos momentos de la extraordinaria sorpresa, ya nadie habla de lo inconcebible de la aparición, sino del número de cuernos o de las razas de rinocerontes.
En seguida comienza la absurda transformación de los hombres en rinocerontes, esos paquidermos extraños e insensibles, que parecen nativos del planeta más alejado de éste en que habita la raza humana.
El mecanismo mental por el cual los hombres "se sitúan" ante la rinoceritis, y la actitud que los rinoceriza seguidamente, es siempre la misma: aceptación del hecho como algo irremediable, como una evolución necesaria (es "el viento de la Historia"); ensayo de universalización del fenómeno buscándole antecedentes y similares en otros países o en otra época; puesta en discusión de los principios teóricos o morales en virtud de los cuales el fenómeno resulta inaceptable (en este caso, la superioridad de la humanidad sobre la animalidad, los límites de la cordura y de la demencia, etc.); en fin, exaltación de los aspectos en que pueda sobresalir el hecho o realidad do que se trate (en este caso, de la fuerza, salud y poderío del rinoceronte).
Ante el hecho consumado, la epidemia de rinoceritis se extiende incontenible; el mecanismo mental se pone en movimiento para el hombre masificado, previamente dispuesto para cualquier género de adaptación dirigida: "Siempre hubo cosas así", “Salgamos al encuentro de lo que nace y seamos sus pioneros" “En otros sitios están peor”, "Tiene esto cierta grandeza”…
Parece indudable que el autor rumano ha conocido algunos de los diversos "hechos rinocéricos" que han sufrido las diversas naciones, con la consiguiente degradación de la personalidad de sus miembros: la irrupción en tantos países de un ejército de ocupación extranjero, con la creación de absurdos gobiernos "Quisling"; la aparición en este otro de un barbudo demencial que impone su ley; la entrega de aquel otro a bandas rivales de negros antropófagos; la erección más allá de la arbitrariedad como modo permanente de gobierno... En el horizonte final, la universal rinoceritis letárgica que, en nombre de la Democracia y la Humanidad, anula la personalidad de los humanos frente al "viento de la Historia".
Lo más profundo de El rinoceronte quizá sea la elección del tipo humano que resiste a la adaptación rinocérica y se salva —él solo— entre los demás hombres.
No se trata de ningún puritano u hombre de claros y declarados principios; antes, al contrario, son los hombres de esta clase los que se muestran más dóciles y vulnerables a la epidemia, los que con mayor facilidad encuentran argumentos de transición para adaptarse. Berenger, el protagonista, es un hombre humilde, sencillo y un tanto bohemio. Un hombre respetuoso ante los sabios y eficaces que le rodean, que no afirma nada con énfasis ni contraría la opinión de los demás. Berenger sabe, sin embargo, que la humanidad es superior a la animalidad, que entre la cordura y la locura hay un límite, y que convertirse en rinoceronte es absurdo. Y sabe todo esto "intuitivamente", aunque no sepa definir la intuición más que como un saber "por las buenas".
Pienso que en nuestra sociedad masificada y estatista donde la rinoceritis alcanza hoy a los más altos niveles, esta pieza de Ionesco debe producir la misma impresión que si a los tripulantes de una vieja y carcomida embarcación se les mostrara al vivo cómo empieza a hacer agua y a hundirse una vieja y carcomida embarcación.
Tomado de:
Gambra, R. El silencio de Dios. Ed. Huemul, Buenos Aires, 1981, pp. 18-21.

lunes, 20 de agosto de 2012

Winston Churchill, el sonriente rostro de un criminal de guerra


I. John Cuthbert Ford fue un jesuita conocido en los EE UU y también fuera de su patria. Tal vez lo más destacado de Ford haya sido su dictamen minoritario como miembro de la Comisión de teólogos consultados por Pablo VI que luego incidiría en la  Humanae vitae. Décadas antes de esta opinión que le ganaría antipatía y marginación de parte de los jesuitas post-conciliares, Ford aplicó la ciencia moral al estudio de problemas relacionados con la segunda guerra mundial. Siendo norteamericano, y contemporáneo a esa guerra, el apego a su nación no logró torcer su juicio moral sobre acciones intrínsecamente malas perpetradas por los aliados. 

Es así que en 1944 Ford publicó un artículo de cuarenta y nueve páginas en el que pronunciaba un juicio moral sobre los bombardeos masivos llevados a cabo por Inglaterra y los Estados Unidos sobre los alemanes. En estos bombardeos, decía Ford, el blanco no es un objetivo militar bien definido, tal como se lo entendió en el pasado. Se trata del bombardeo estratégico por medios incendiarios y explosivos de centros industriales de población, en los cuales el blanco a destruir no es una fábrica definida, un puente u objeto similar, sino una amplia sección de toda una ciudad, que afecta de uno a dos tercios de toda su zona edificada, e incluye por su diseño las zonas residenciales donde habitan los trabajadores y sus familias. Esta clase de bombardeos implican necesariamente el daño a la vida, salud y bienes de muchos civiles inocentes, pues el blanco no es un objetivo militar bien delimitado. 

La explicación de Ford sobre las características de los bombardeos masivos es amplia y muy rica en datos. En cuanto a la moralidad, el estudio se detiene a considerar profundamente estas acciones a la luz del principio de doble efecto. La conclusión: el bombardeo masivo es un ataque inmoral sobre los derechos de los inocentes. Incluye la intención directa de causarles daño. Y aunque no incluyera esa intención, sería de todas maneras inmoral porque no habría causa proporcionada que justificase el mal causado. Legitimar esta práctica conduciría al mundo a la barbarie de la guerra total.

P. John C. Ford
El trabajo del jesuita sobre los bombardeos masivos contiene, además, algunos datos sugerentes sobre Winston Churchill y la pregunta acerca de la licitud de varios bombardeos aliados:
- El 27 de enero de 1940, Churchill condenó los bombardeos masivos alemanes como una “nueva y odiosa forma de guerra”.
- El 15 de julio de 1941 expresó la venganza como motivo de los bombardeos masivos: “Castigaremos a los alemanes con la misma o mayor intensidad con la que nos castigaron a nosotros”.

- Con la designación de Sir Athur T. Harris en cabeza del comando de bombarderos, el 3 de marzo de 1942, la fuerza aérea británica cambió de criterio y comenzó a practicar los bombardeos masivos. Responsable de la nueva estrategia, además de Harris, fue Clarence Eaker, comandante de la fuerza aérea norteamericana. Los líderes en Inglaterra reconocieron el cambio; Churchill dejó de condenar esta “nueva y odiosa forma de guerra” y prometió en el parlamento, el 2 de junio de 1942, que Alemania sería sometida a una “prueba que jamás ha experimentado ningún país”.
- El 10 de mayo de 1942, en un discurso radial, Churchill precisó que el objetivo de los bombardeos británicos serían “la vida y economía de esa organización totalmente culpable”, en referencia a toda Alemania como “esa organización”. El subterfugio fue considerar a las ciudades alemanas como fábricas militares. La solución sugerida para los miles de alemanes no combatientes: salir de las ciudades durante los bombardeos. Algo imposible.
- En su discurso radial del 10 de mayo de 1942, dio un nuevo giro a la regla de oro al afirmar que el bombardeo masivo perpetrado serviría para mostrar a una "raza de guerreros que, después de todo, hay algo en la antigua y todavía válida regla de oro”.
- Cuando Gran Bretaña adoptó por primera vez los bombardeos masivos como estrategia, Churchill los denominó un “experimento” pues no sabía si iban a funcionar. Sin embargo, el 7 de julio de 1943 dejó en claro que “el experimento vale la pena de ser puesto en práctica, siempre que no se excluyan otras medidas”. 
Coherente con su artículo de 1944, en sus “Notes on Moral Theology” de 1945, luego de mencionar las atrocidades cometidas por soviéticos, alemanes y japoneses, el Padre Ford tuvo la honestidad de condenar “la más grande y más extensa atrocidad singular en la historia contemporánea, nuestro bombardeo atómico sobre Hiroshima y Nagasaki”.
La estrategia de los aliados de involucrar deliberadamente a la población alemana no combatiente en los bombardeos masivos tuvo por fin desmoralizarla y fomentar una especie de golpe interno que acelerara la caída del Tercer Reich. También buscó minar el tejido social alemán, en especial la mano de obra. El resultado fue el asesinato de no menos de 600.000 civiles entre ellos 75.000 niños.

II. El cura bloguero José A. Fortea decía en una entrada de su bitácora titulada Winston Churchill, el sonriente rostro de la libertad que
“Churchill representa la libertad. Es la cara del defensor de la democracia. Su rostro optimista, alegre, algo pícaro, rebosaba vitalidad. Su cara no era el rostro de un mero ser humano, era el rostro de una nación que luchaba por los valores de la tradición, del cristianismo, del parlamentarismo, frente a un Nuevo Orden.”
Cierto que el "demonólogo" no se solidariza con los bombardeos masivos consentidos por el político británico. Pero tampoco hace referencia a la responsabilidad de Churchill por las atrocidades cometidas por los aliados, como las mencionadas por el jesuita norteamericano. Y nada dice del criminal bombardeo de la ciudad de Dresde. 

De acuerdo con la perspectiva moral del P. Ford nos parece que Churchill muestra el rostro de un criminal de guerra. Elogiarlo como paladín de los valores cristianos es una auténtica estupidez. 

jueves, 16 de agosto de 2012

Torquemaditis


Un lector de nuestra bitácora, “el gaucho de Realicó”, nos envía esta nota sobre la calificación de opiniones como heréticas.  
“Para calificar a una persona o un escrito…, ¿debe aguardarse siempre el fallo concreto de la Iglesia docente sobre tal persona o escrito? Respondemos resueltamente que de ninguna manera…La Iglesia es la única que… definitivamente y sin apelación puede calificar doctrinas… Ahora bien, esto se refiere al fallo último y decisivo Mas no excluye para luz y guía de los fieles otros fallos menos autorizados, pero sí también muy respetables, que no se pueden despreciar y que pueden hasta obligar en conciencia… puede el simple fiel desconfiar ya a primera vista de una doctrina nueva que se le presente, según sea mayor o menor el desacuerdo en que la vea con otra definida. Y puede, si este desacuerdo es evidente combatirla como mala…Lo cual no es hacerse pastor del rebaño, ni siquiera humilde zagal de él: es simplemente servirle de perro para avisar con sus ladridos” [Félix Sardá y Salvany, El liberalismo es pecado, c. XXXVIII, pp. 137-39].
Sin embargo, para que un simple fiel pueda decir que otro es hereje, antes del juicio de la Iglesia, debe cumplir algunas condiciones:
Primera. La doctrina falsa debe estar en oposición manifiesta y directa contra una verdad que ciertamente debe creerse con fe divina y católica.
El CIC de 1917 define la herejía como la negación pertinaz de una verdad [c. 1325] y enseña que ninguna doctrina debe tenerse por de fe divina y católica si ello no consta de modo manifiesto [c. 1323]. Herrmann resume la doctrina común de los teólogos precisando que la proposición herética es aquella que se opone de manera directa, cierta y manifiesta a una de esas verdades [Inst. Theol. Dogm., I, 32].
Segunda. Se requiere certeza moral de que el acusado percibe un conflicto directo entre su opinión y la enseñanza de la Iglesia.
San Alfonso María de Ligorio: “Nadie es hereje en cuanto está dispuesto a someter su juicio a la Iglesia, o ignora que la verdadera Iglesia de Cristo sostiene lo contrario, lo mismo que si defiende su opinión ´erre que erre´ como consecuencia de una ignorancia culpable o crasa” [Theol. Moral., lib. 3, n. 19].
Tercera. Un tal juicio obliga en conciencia sólo a quien lo formula con pleno conocimiento de causa y a nadie más.
Cuarta. Por caridad, debe uno inclinarse –dentro de lo razonable- en favor del sospechoso y solamente como último recurso llegar a la conclusión de que alguien es hereje.
Si en la valoración de los hechos debemos buscar conformar nuestro juicio con la verdad objetiva, cuando juzgamos a los hombres Santo Tomás nos recuerda que “debemos tender más bien a juzgar bueno al hombre, a no ser que haya una razón manifiesta para lo contrario” [Suma de Teología, II-II,  Q. 60, A. 4].
Por lo anterior, tenemos que evitar:
1) Denominar herejía a un error que se opone a una doctrina enseñada por la Iglesia pero que no es de fe divina y católica o que no consta con certeza que pertenezca a esa categoría.
2) Llamar herejía a un error que se opone a una doctrina de fe divina y católica cuando esa oposición no es directa y manifiesta, sino que depende de un raciocinio de varios pasos. En estos casos, es mejor no usar la calificación de herejía antes del juicio definitivo de la Iglesia.
3) Acusar de cisma o herejía a quienes, sin abrazar la herejía en cuestión, se niegan a calificarla como tal o a considerar herejes a los partidarios de esa opinión, pues prefieren esperar un juicio formal de la Iglesia.
5) Afirmar la presencia de pertinacia cuando se pueden encontrar otras explicaciones razonables.

lunes, 13 de agosto de 2012

El clericalismo modernista

El clericalismo actual difiere sensiblemente del antes descripto. Acostumbrados a las críticas acerbas que el progresismo neomodernista ha dirigido contra lo que más o menos arbitrariamente ha calificado de “triunfalismo”, de “constantinismo”, de “amalgama político-religiosa”, etc., los católicos no descubren fácilmente la esencia del clericalismo modernista que se oculta bajo la severa actitud de los nuevos fiscales de la historia eclesiástica. Sin embargo, el clericalismo subsiste en su afán de dominio. Su diferencia esencial con el pasado consiste en que mientras el clericalismo “clásico” abusaba de sus atributos para el sostenimiento de la fe, el clericalismo “progresista” abusa de su autoridad para propiciar un orden de cosas contrario a la fe y a la moral cristianas (…) El progresismo neomodernista fomenta un “complejo de culpabilidad” en los católicos, complejo por el cual todo lo que no marcha bien en el mundo es culpa de la Iglesia. Esta falta de fe en la verdad cristiana y en su eficacia intrínseca, hace del clérigo progresista un adorador de la filosofía moderna y de todo pensamiento o acción que se presenten con aires de novedad, de actualidad. En aras de un aggiornamento mal entendido, sacrifican todo el inmenso tesoro de doctrinas y prácticas que la Iglesia ha ido reuniendo y decantando a lo largo de veinte siglos.
La prepotencia clerical no ha disminuido en la actualidad, antes por el contrario, tiende a aumentar su peso sobre las conciencias al instrumentar hoy para sus oscuros propósitos, técnicas masivas de difusión, antes desconocidas. La insolencia de ciertas expresiones para descalificar públicamente a todo adversario u opositor a sus ideas no reconoce límites ni en la teología ni en la mera cortesía. Así vemos al P. Michonneau hablar de "los perros integristas", o al P. Liegé, OP, denunciar a los supuestos integristas como "los peores enemigos de la Iglesia, peores que el comunismo y la masonería"... 
Lo paradójico -en apariencia- es que la prepotencia del clericalismo progresista se ejerce para lograr que los fieles abandonen su fe, su vida sacramental, su oración, sus responsabilidades temporales de cristianización del mundo, en virtud de su autoridad sacerdotal. El mismo clero que hace ostentación de su desprecio por la sotana, por el latín, por el celibato, por todo lo tradicional, el mismo clero que afirma que el sacerdocio debe ser secularizado y transformado en una especie de padre de familia que fracciona el pan entre los suyos, es el mismo clero que utiliza su condición sacerdotal para someter por coacción moral a los fieles, obligándolos aceptar por vía de autoridad espiritual sus aberrantes tesis…
En nombre de la autoridad espiritual se exige el abandono de las prácticas religiosas, en nombre de la competencia teológica se prohíbe la difusión de la doctrina social de la Iglesia, en nombre del Evangelio se prohíbe cristianizar la economía, la política, la cultura. En nombre del "sentido de la historia" se impone la colaboración con el comunismo…

Tomado de:  

Sacheri, Carlos. La Iglesia clandestina. Ed. Cruzamante, 1974.Ps. 80-81.

jueves, 9 de agosto de 2012

¿Más pro-vida o más hipócrita?

Hace no mucho una bitácora “neocon” amiga se felicitaba por el crecimiento en las encuestas de aquellos que se definían como pro-vida en los Estados Unidos. Ya se sabe lo que hay detrás de este tipo de noticias. Los E. U. A. son la tierra prometida del neoconservador hispano por lo que sirve de ejemplo y modelo para nuestros países. Así el lector “neocon” que se entera de estos “éxitos” deduce automáticamente que:

1) la política de marchas, manifestaciones, pancartas y globos de colores da éxito, lo mismo que el mandato de no ser negativos ni prohibir sino hablar de “lo positivo” (aunque sea algo tan difuso como “la vida”) es efectivo;
2) la estrategia de “luchar desde adentro” de uno de los grandes partidos (aquél que más se asemeje al Partido Republicano) también es exitosa, por lo que se debe evitar la “utopía” del partido o movimiento católico; y
3) apoyar la labor de candidatos políticos judíos o de otras “denominaciones” cristianas (los mahometanos quedan descartados por representar “el Eje del Mal”) y buscar alianzas ecuménicas con ellos, también funciona.
Pero hete aquí que la prestigiosa “New Oxford Review” publica el siguiente artículo donde queda claro que no todo es de color de rosa como los “neocons” locales nos quieren hacer creer.

¿Son los Estados Unidos más Pro-Vida?

New Oxford Review, julio-agosto 2012.


Mucho se ha dicho sobre lo que parece ser una significativa victoria del movimiento pro-vida en la actual guerra cultural. Diversos informes desde hace un año han resaltado un cambio en la actitud estadounidense hacia el polarizante asunto del aborto: la tendencia de las actitudes estadounidenses parece estar alejándose del polo pro-aborto y acercándose al polo pro-vida.

A principios de este año, Russell Shaw escribió en Our Sunday Visitor sobre el “significativamente re-energizado movimiento provida”, notando que “sólo en el último año, se han adoptado en 24 estados 52 nuevas restricciones sobre el aborto” (15 de enero). Shaw citaba a Fred Barnes, editor ejecutivo de The Weekly Standard, quien vivaba la “resurrección de la cruzada pro-vida” y ofrecía como pruebas de su entusiasmo “el crecimiento de los refugios para embarazadas solteras”, “el aumento en la oposición al aborto entre los jóvenes” y “el rejuvenecimiento de los viejos grupos pro-vida y la aparición de nuevos” (7 de noviembre de 2011).

Entonces, para el deleite de muchos, un informe de Gallup publicado en mayo parecía confirmar —y cuantificar— el positivo momento del movimiento pro-vida. Al comienzo de la campaña presidencial de verano, la confianza entre los pro-vida estaba en su cima y los pro-elección estaban a la defensiva.

El aspecto más repetido del informe de Gallup fue que los estadounidenses se identificaban ahora como “pro-vida” más que como “pro-elección”. Todo un 50% de los que respondieron la encuesta de Gallup dijo ser pro-vida —un “aumento” del 5% desde 2008—. Mejor aún, sólo el 41% de los que respondieron se consideraban pro-elección —un “caída” del 8% desde 2008—. De más está recordar que 2008 fue el año en que los Estados Unidos eligieron a Barack Obama, el hombre que hoy es conocido en los círculos pro-vida como “el presidente más pro-aborto de toda la historia estadounidense”. ¿Será que el aliento al aborto de su gobierno ha causado una reacción adversa entre la ciudadanía? Lo veremos en noviembre.

Los números de Gallup de 2012 representan un cambio más dramático incluso que en tiempos de Clinton, en 1995, cuando el 56% de los que respondieron se identificaron como pro-elección, versus un pobre 33% de los que se identificaron como pro-vida. A este nivel, la marea parece estar cambiando realmente.

El informe de Gallup también muestra que los estadounidenses en general favorecen limitar la industria del aborto dentro de lo que Charmaine Yoest, presidente de Americans United for Life, llama “límites de sentido común” —leyes que exijan la autorización de los padres, limitaciones al monto de dinero de impuestos que sirve para financiar los abortos, restricciones a los abortos más allá de la semana vigésima del embarazo, etc.—. “Un creciente número de estadounidenses”, dijo Yoest a la Catholic News Agency (24 de mayo), “se siente intranquilo con una industria del aborto irrestricta, subregulada y desagradable como la que existe hoy”.

Sea como fuese, la encuesta de Gallup también deja claro que la mayoría de los estadounidenses no desean eliminar por entero la industria del aborto. Aunque esté de moda entre los estadounidenses llevar la etiqueta pro-vida, el hecho es que casi no ha habido cambio en su actitud fundamental hacia el aborto “legal”. Gallup informa que apenas un 20% de los que respondieron dijeron que el aborto debiese ser “ilegal en toda circunstancia”. Este grupo fue superado en cinco puntos porcentuales por quienes dicen que el aborto debería ser “legal en cualquier circunstancia”. Estos números de 2012 son virtualmente idénticos a los de 2008.

La diferencia entre el número de estadounidenses que se identifican como pro-vida (50%) y de los que creen que el aborto debe ser ilegalizado (20%) no ha pasado inadvertida en el campo pro-elección. Kaili Joy Gray, desde el blog progresista Daily Kos (23 de mayo), rápidamente señaló que estos números “‘deberían’ ser idénticos”. Realmente. “Alguien que se identifica como ‘pro-vida’”, razonaba, “supuestamente piensa que el aborto es inmoral y debería ser ilegal en todas las circunstancias”. Sí, supuestamente. Existe una indudable incoherencia en asumir una cierta identidad sin adherir verdaderamente a sus imperativos —esto es decirse pro-vida pero sin pensar que el aborto deba ser ilegal—. “Eso no los hace ‘pro-vida’”, carga la Sra. Gray. “Eso los hace hipócritas.”

¡Ay! Eso fue un golpe bajo, pero que no carece de fundamentos.

Lo que estamos viendo no es tanto un crecimiento de las tendencias pro-vida en los Estados Unidos sino un creciente malentendido sobre lo que significa ser pro-vida. La Sra. Gray da en la diana al decir que ser pro-vida es querer la ilegalización del aborto. Sin embargo, se le va la mano cuando llama a los nuevos pro-vidas hipócritas. Sospechamos que se han sentido atraídos por la etiqueta de un movimiento que ha enfocado sus energías en ganar pequeñas concesiones y restricciones limitativas antes que perseguir agresivamente la prohibición de plano del homicidio de bebes aún no nacidos.

Un indicador del sentido borroso de lo que significa ser pro-vida es que un 52% de los que respondieron la encuesta de Gallup dijeron que el aborto debería ser “legal bajo ciertas circunstancias”. Entre estas circunstancias, el 82% piensa que el aborto debe ser legal “cuando la salud física de la mujer está en peligro”. Más problemático es el 61% que piensa que el aborto debería ser legal “cuando la salud mental de la mujer está en peligro”. Ciertamente cualquier mujer que busca hacerse un aborto podría argumentar que de no conseguir lo que quiere, podría caer en una severa depresión.

Francamente, éstas no son excepciones que un pro-vida genuino apoyaría.

Tal vez hemos llegado al punto donde Bill Clinton podría ser tenido como un profeta pro-vida por haber previsto que un día el aborto en los Estados Unidos sería “seguro, legal y extraordinario”. ¿Qué absurdo hubiese parecido eso en 1995? Sin embargo, sobre la base de una generosa lectura de los resultados de la encuesta de Gallup, ésta podría parecer una meta razonable para los nuevos “pro-vida” estadounidenses —pro-vidas para los que el término ha sido vaciado de su verdadero significado—.



martes, 7 de agosto de 2012

G.E.M. Anscombe: el testimonio de una filósofa

Paul Tibbets, el piloto que lanzó la bomba sobre Hiroshima, expresó como pocos la mentalidad consecuencialista de su país respecto de la guerra: "en la guerra no hay moral". Tal vez le faltó decir que todo es cuestión de costos y beneficios. Porque también dijo respecto de la bomba atómica que "en las mismas circunstancias, no dudaría en volver a hacerlo". Ofrecemos ahora un texto que muestra la perversidad del consecuencialismo moral y la importancia de resistirlo.

Harry Truman, el presidente número 33 de Estados Unidos, será siempre recordado como el hombre que tomó la decisión de tirar las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Al asumir la presidencia en 1945, tras la muerte de Franklin D. Roosevelt, Truman no sabía nada del desarrollo de la bomba; los asesores presidenciales tuvieron que ponerlo al tanto. Los Aliados estaban ganando la guerra en el Pacífico, dijeron, pero a un costo terrible. Se habían hecho planes para una invasión de las islas japonesas, que sería más sangrienta incluso que la invasión de Normandía. Emplear la bomba atómica sobre una o dos ciudades japonesas, en cambio, podría terminar rápidamente con la guerra y haría innecesaria la invasión.
Al principio, Truman se mostró renuente a usar la nueva arma. Lo malo era que cada bomba arrasaría una ciudad entera, no sólo los blancos militares, sino también hospitales, escuelas y casas de civiles. Mujeres, niños, ancianos y otros no combatientes serían exterminados junto con el personal militar. Aunque los Aliados ya habían bombardeado ciudades, Truman sintió que la nueva arma volvía la cuestión de los no combatientes incluso más grave. Además, los Estados Unidos habían condenado públicamente los ataques sobre blancos civiles. En 1939, antes de que los Estados Unidos entrara en la guerra, el presidente Roosevelt había mandado un mensaje a los gobiernos de Francia, Alemania, Italia, Polonia e Inglaterra denunciando el bombardeo de ciudades en los términos más enérgicos. Lo había llamado una “barbarie inhumana”.
Cuando decidió autorizar los bombardeos, Truman expresó ideas similares. Escribió en su diario: “Le he dicho al secretario de Guerra, Stimson, que la use de modo que el blanco sean objetivos militares y los soldados y marinos, y no mujeres y niños […] Él y yo estamos de acuerdo. El objetivo será puramente militar”. Es difícil saber cómo interpretar esto, pues Truman sabía que las bombas destruirían ciudades enteras
Elizabeth Anscombe, que murió en 2001 a la edad de 81 años, era una estudiante de 20 años en la Universidad de Oxford cuando comenzó la segunda Guerra Mundial. Ese año ella escribió en coautoría un discutido folleto argumentando que Gran Bretaña no debía entrar en la guerra porque terminaría peleando con medios injustos, como ataques contra civiles. “Miss Anscombe” —como siempre se le conoció, a pesar de su matrimonio de más de 50 años y sus siete hijos— llegaría a ser una de las figuras más prominentes de la filosofía del siglo xx, y la más grande filósofa de la historia.
Miss Anscombe era también católica, y su religión ocupaba un lugar central en su vida. Sus opiniones éticas, específicamente, reflejaban las enseñanzas católicas tradicionales.
En 1968 celebró la declaración del papa Paulo VI en la que la Iglesia prohibió los anticonceptivos, y escribió un folleto explicando por qué el control artificial de la natalidad era ilícito. Hacia el fin de su vida fue detenida por protestar frente a una clínica en que se practicaban abortos. También aceptó las enseñanzas de la Iglesia acerca de la conducta ética en la guerra, que la llevaron a un conflicto con Truman.
Los caminos de Harry Truman y de Elizabeth Anscombe se cruzaron cuando, en 1956, la Universidad de Oxford otorgó a Truman un grado honorario. Ésta fue una forma de agradecerle la ayuda de los Estados Unidos durante la guerra. Quienes propusieron ese honor creyeron que no causaría controversias, pero Anscombe y otros dos profesores se opusieron a que se otorgara y, a pesar de que perdieron, lograron que se sometiera a votación algo que de otra manera habría sido aprobado de manera rutinaria.
Luego, mientras se confería ese honor, Anscombe se arrodilló fuera del salón, rezando. Anscombe escribió otro folleto, explicando esta vez que Truman era un asesino porque había ordenado los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki. Por supuesto, Truman creyó que los bombardeos se justificaban: habían abreviado la guerra y salvado vidas. Para Anscombe, esto no era bastante.
Que los hombres decidan matar inocentes como medio para sus fines —escribió— siempre es un asesinato.” Y contestó al argumento de que los bombardeos habían salvado más vidas de las que suprimieron, diciendo: “¡Vamos! Si tuvieras que elegir entre hervir a un bebé y dejar que un desastre horroroso cayera sobre un millar de personas —o un millón, si mil no te bastan—, ¿qué harías?”. La cuestión es que, según Anscombe, hay ciertas cosas que no se deben hacer, pase lo que pase. No importa si puedes lograr un gran bien hirviendo a un bebé; es algo que simplemente no se debe hacer. (Considerando lo que sucedió a los bebés en Hiroshima, “hervir a un bebé” no está muy lejos.)

Tomado de: 
Rachels, J. Introducción a la filosofía moral. Ed. FCE, México, 2006, pp. 186 y ss.

lunes, 6 de agosto de 2012

¿Fatuidad o insensatez?




El inefable director de Infocatólica insiste con el tópico:

Le sugerimos que denuncie a Ganswein, Gherardini y la totalidad moral de los teólogos relevados por Xavier da Silveira (ver capítulo IX, p. 53 y ss) por el delito de herejía ante la Congregación para la Doctrina de la fe, pues todos coinciden en la posibilidad de que haya error en el magisterio no infalible.
“El gran Castellani establecía una clasificación de los tontos en cinco grupos, atendiendo al grado de conciencia que tenían sobre su cortedad de ingenio, que eran los siguientes: 
1) Tonto a secas; esto es, ignorante. 
2) Simple; esto es, tonto que se sabe tonto. 
3) Necio; esto es, tonto que no se sabe tonto. 
4) Fatuo; esto es, tonto que no se sabe tonto y además quiere hacerse el listo. Y
5) Insensato; esto es, tonto que no se sabe tonto y encima quiere gobernar (o hacer que gobierna) a otros. 
Y concluía que esta última categoría de tonto era la verdaderamente peligrosa y siniestra, más peligrosa aún -añadimos nosotros- que la categoría de los malvados; pues el malvado obra mal a sabiendas, con premeditación y alevosía, a diferencia del insensato, que obra mal pensando que obra bien.” (Juan Manuel de Prada)
Dado que los puntos controvertidos versan sobre magisterio conciliar no infalible... 

Dejamos la conclusión a cada lector.

sábado, 4 de agosto de 2012

Reducción a Lutero


Pareciera que en la vecina Infocatólica cuanto más se repite una tesis menos necesaria es su justificación racional. Es lo que se desprende de  los "sesudos" comentarios del director de dicho portal y la corte de obsecuentes que lo acompaña. 
A raíz de una noticia, los apologetas neoconservadores reinciden en el tópico de acusar a los tradicionalistas de “libre examen” o “juicio privado”. Es un argumento falaz. En esencia, se trata de una amalgama de ideas, que tiende a confundir distintos adversarios en uno solo, para combatirlos más fácilmente. Es una variación “católica” de la reductioad Hitlerum que combina varios sofismas para asimilar al oponente a un sujeto despreciado, en este caso Lutero en vez de Hitler. En infocatolica, la falacia viene aderezada con la habitual incapacidad para debatir, censura selectiva de comentarios, anatemas ridículos y una mentalidad antiteológica que el protestantismo ha impreso a fuego en la forma mentis de su director.  
Lutero no sostuvo formalmente la “libre interpretación” o “juicio privado” de la Revelación pero su concepción de la Escritura y de la fe condujo a ella como natural resultado. Para el reformador la Escritura no requiere mediación alguna para su inteligibilidad en lo necesario para la salvación, por parte del hombre bien dispuesto, por lo que todo creyente puede interpretar la Biblia sin ninguna clase de ayuda exterior, pues a quien tiene fe el Espíritu Santo le descubre con seguridad infalible el sentido de esta. Consecuencias: se excluye todo tipo de mediación y se suprime la necesidad de contar con la Tradición, el Magisterio y la Iglesia docente. A partir, de Lutero, pero en fórmula  no acuñada por él, el lema sola Scriptura, se vuelve el principio fundamental del protestantismo. Este principio, entendido absolutamente, es decir como suficiencia, claridad e infalibilidad de la lectura privada de la Escritura juntamente con idea de la sola fide, conducen al denominado “libre examen”.
El tradicionalismo no sostiene ninguna de estas proposiciones de origen luterano sino que se opone abiertamente a ellas. El objeto material de la controversia tradicionalista -lo que se impugna- no es toda la Revelación, ni tampoco la Tradición. Por lo que resulta absurdo hablar de “libre interpretación” o “juicio privado” de la Tradición para forzar una analogía. El problema del tradicionalismo, bien delimitado, se centra algunos puntos enseñados por el Vaticano II y luego reiterados por los pontífices posteriores. Si algunos “apologetas” intentaran ser un poco más precisos, deberían hablar de “libre interpretación” o “juicio privado” de algunos puntos del Vaticano II. Pero ni eso... 
¿Se puede identificar al Vaticano II con la Tradición? Es cierto que cada Concilio es testigo de la Tradición y que el Magisterio tiene la función de dar un testimonio autorizado. Pero la pregunta que debe formularse es la siguiente: ¿las novedades conciliares impugnadas por el tradicionalismo pertenecen a la Tradición y constituyen un desarrollo homogéneo que hace explícito lo que antes estaba implícito? Si las novedades fuesen actos magisteriales infalibles habría que dar una respuesta afirmativa con plena certeza; quien se negara a aceptarlas, dejaría de ser católico y la comparación con el luteranismo tendría suficientes semejanzas como para no incurrir en una falacia. Pero hay numerosos argumentos para sostener que no estamos ante actos infalibles. Y también para sugerir que algunas de las novedades siquiera son Magisterio en sentido propio, pues carecen de la intención objetiva de enseñar algo que sea vinculante para la Iglesia discente.
Tampoco es correcto el intento de igualar al tradicionalismo con el fenómeno del “disenso progresista. Quien no acepta la enseñanza de la Humanae vitae sobre la inmoralidad de la contracepción, y prefiere seguir la opinión de Bernard Häring, reemplaza la adhesión al magisterio de la Iglesia por la opinión de un teólogo al que da igual o mayor peso. En cambio, el tradicionalista que no acepta un derecho de inmunidad para las religiones falsas (cfr. Dignitatis humanae), y adhiere firmemente al magisterio secular sobre la tolerancia (cfr. Ci riesce), no reemplaza el asentimiento a una novedad conciliar con la opinión de un teólogo a la que erige en magisterio paralelo, sino que “fija” su adhesión en el magisterio pre-conciliar, porque le parece el extremo más seguro.

Por último, y en la hipótesis de que la posición tradicionalista estuviera equivocada, habría preguntarse sobre la naturaleza de ese error. En el caso del luteranismo, es claro que se trata de un cúmulo de herejías. En el supuesto del tradicionalismo, en cambio, estaríamos ante un conjunto de errores en doctrina católica y de opiniones temerarias, pero no de herejías. 
En conclusión: para el “fijismo” tradicionalista, el criterio para juzgar las novedades del Vaticano II no es la subjetividad inmediata de cada cristiano, sino el magisterio precedente de la Iglesia, claro y reiterado.

Para profundizar en los temas tratados en esta entrada sugerimos los Apuntes sobre el magisterio  ya publicados en nuestra bitácora.

jueves, 2 de agosto de 2012

La triste historia del Tomismo en América del Norte IV (y final)




Gente como Louis Wirth veían a la cultura católica (representada entonces por los polacos y hoy por los mexicanos) como su enemiga mortal. Estaban dispuestos a usar cualquier medio, incluyendo la guerra psicológica, la ingeniería social y la subversión de la moral para evitar que esta cultura pudiese tener algún tipo de influencia significativa en los Estados Unidos. Por ejemplo, para Samuel Huntington los mexicanos católicos son una amenaza para la élite judeo-protestante norteamericana mucho más grande que los polacos católicos de los años ’30 (ver “The Hispanic Challenger and the logic of Empire”, Culture Wars, mayo de 2004).


Actualmente, es al menos ingenuo seguir diciendo que, de alguna manera, estas culturas lograrán formar una nueva síntesis. Lo cierto es que sería ceguera frente a las realidades de la historia. Esta tesis tendría los mismos efectos que la posición de Maritain en los ’30 a ’70. Y resultaría en el desarraigo de los hispanos étnicos, a menos que se les proponga una vacuna espiritual que evite que se infecten con este virus revolucionario. Pero, hasta ahora, nadie lo ve venir.


Al final, ¿qué podemos decir sobre Maritain? Existen tres relaciones que, tal vez, revelen de la mejor manera su lugar en la historia estadounidense: sus aspiraciones y tratos con Louis Wirth, con Paul Blanshard y con la Rockefeller Foundation. En los tres casos, Maritain pensaba que estaba dialogando con protestantes rectos, un poco inmersos en el pragmatismo, pero capaces de ser amigos suyos. Sentía que podía influirlos de manera positiva, pero no entendió, sólo Dios sabe si con o sin culpa, la naturaleza de su odio y su acritud hacia la Iglesia y hacia todo aquello que la Iglesia católica representaba, especialmente en relación con la virtud del amor y la caridad. Juzgando por sus cartas privadas, memorandos y diarios, el objetivo de éstos era minar y subvertir la Iglesia, especialmente en materia de moral sexual. A ninguno le interesaba realmente debatir en el terreno intelectual, a menos que esos debates pudiesen convertirse en oportunidades para atacar al catolicismo. Y, si lograban que los católicos siguieran la corriente, sentían que los católicos en cuanto tales podrían ser eliminados.

Sus ideas eran como las corrientes internas del Lago Michigan. El lago parece pacífico y las olas son pequeñas comparadas con las del Atlántico, pero es cuestión de intentar nadar y quedar atrapado en sus corrientes, y el Lago Michigan es tan mortífero como el Atlántico.


La libertad, para Wirth, Blanshard, Rockefeller y sus partidarios, se oponía a la igualdad. La libertad les daba la oportunidad de corromper la moral de los católicos, del mismo modo que la libertad es hoy la excusa de los neoconservadores para tener la oportunidad de explotar al trabajador y al pobre. Y así, Maritain, al dialogar con ellos, en vez de convertirlos, contribuyó a dar a esos subversivos la respetabilidad en los círculos católicos que ellos necesitaban para aplicar libremente sus técnicas de guerra psicológica, ingeniería social y corrupción de la moral católica.


Los intelectuales católicos de ese tiempo, incluyendo a Maritain, ayudaron a los revolucionarios a progresar cuando trabajaban con ellos en un internacionalismo que buscaba superar la identidad cultural y étnica. Wirth pensaba que para realizar su plan necesitaba eliminar la identidad étnica en Europa, promoviendo el cosmopolitismo. Lo mismo pensaba hacer dentro de los Estados Unidos, especialmente con las etnias católicas. Tuvo éxito al reemplazar la categoría etnia por la categoría raza. Los intelectuales católicos de los ’50 y los ’60 “compraron” este cambio de categorías y comenzaron a ver a Wallace Filipowicz y sus similares más como racistas que como defensores de una identidad étnica y espiritual.


Al comprometer a los católicos norteamericanos en el movimiento de los Derechos Civiles, con sus aspectos universalistas y con el cosmopolitismo, los intelectuales católicos fallaron en la que era quizá su tarea más importante: defender la genuina identidad cultural y espiritual de los distintos grupos étnicos católicos.

Como nos recordaba la Congregación para la Doctrina de la Fe en 1986, “no se puede hacer abstracción de la situación histórica de la nación, ni atentar contra la identidad cultural del pueblo. En consecuencia, no se puede aceptar pasivamente, y menos aún apoyar activamente, a grupos que, por la fuerza o la manipulación de la opinión, se adueñan del aparato del Estado e imponen abusivamente a la colectividad una ideología importada, opuesta a los verdaderos valores culturales del pueblo. A este respecto, conviene recordar la grave responsabilidad moral y política de los intelectuales.” (Instrucción sobre libertad cristiana y liberación, 75, énfasis nuestro.)


El 20 de octubre de 1967, Monseñor Wallace Filipowicz murió de un ataque cardíaco masivo. Durante su vida, parece por lo que podemos saber de los pocos detalles disponibles, eligió evangelizar enfatizando la identidad étnica y religiosa. En 1941 obtuvo un grado de Maestría en Estudios Eslavónicos en la Universidad de Columbia. Su tesis de maestría era una traducción de la historia de Polonia, Lituania, Livonia y Rusia escrita por el Papa Pío II. Trabajó durante 30 años en el seminario polaco de Orchard Lake (Michigan). Dos generaciones de sacerdotes aprendieron polaco con él, incluyendo el cardenal Maida de Detroit, según supe en 2002. Cartas que le enviaron en los ’50, y que hoy están en su archivo, denotan la presunción de una enemistad que se escondía en las sombras, así como un sentimiento de desprotección total frente a la devastación que sobrevendría. Fue rector del seminario en los ’60 y supervisó la construcción de su nueva capilla. Consideraba como su mayor contribución a la capilla la creación e instalación de una escultura de la Última Cena detrás del altar mayor.


Un artículo de 1966 aparecido en el Detroit News decía que St. Mary era un lugar “profundamente enraizado en la historia polaca” con un linaje de mil años hasta la conversión de Polonia. De acuerdo con su rector en aquel tiempo, podía ofrecer a “cualquier comunidad que lo pidiese, un lugar dedicado al milenio polaco o con una conferencia”. Se estaba preparando la visita del cardenal Stefan Wyszynnski, primado de Polonia, así como de otros obispos y arzobispos de la Polonia de esa época. Monseñor Valerius Jasinski decía que St. Mary podía educar a los niños “de modo de que ellos pudiesen generar en sus almas lo que es mejor para la cultura estadounidense, polaca y católica”. Esto podía ser así porque los Estados Unidos no eran un crisol, sino una sinfonía étnica. El famoso crisol “nunca existió, sino armonizando, mezclándonos en una sinfonía que sólo se puede dar si cada elemento conserva sus propias características y contribuye particularmente a un todo simétrico”. Cada estudiante debía aprender polaco, porque iban a servir a comunidades polacas distribuidas en todos los Estados Unidos y el mundo, tanto los seglares, como los sacerdotes y religiosos.


Aunque Filipowicz tenía una completa biblioteca de filosofía, St. Mary nunca desarrolló un programa significativo de filosofía. En los ’90 renunció a toda educación superior. Actualmente, sólo conserva una escuela secundaria y un seminario, y aún mantiene un centro para la Misión Polaca. Aunque la mayoría de los restantes establecimientos católicos de educación superior han capitulado o asimilado la cultura dominante, St. Mary intentó preservar la pequeña identidad étnica que le quedaba. Pero, como se ve, no intentó un planteo filosófico o tomista que hubiese ayudado a preservar y transformar con frutos la identidad étnica.


Monseñor Filipowicz no llegó a vivir la epidemia revolucionaria que estalló en 1968. M.N.S. Guillon pensaba que, al comienzo de las revoluciones, Dios saca de escena a determinadas almas como un acto de misericordia para que no tengan que sufrir al ver sus peores efectos. Tal vez, éste fue uno de esos casos.


Nos corresponde a nosotros que quedamos comprender lo que sucedió después e intentar curar las heridas causadas por la plaga que asaltó la Iglesia en la segunda mitad del siglo XX. Dicho esto, podemos continuar.


Aunque no se dice en el libro que comentamos, si volvemos a Notre Dame, en 2005, Edward Manier, como hizo Louis Wirth en los ’30 en Chicago, se puso al frente de la tarea de solucionar algo que le causaba gran preocupación. “Existen cuatro adjuntos tomistas enseñando Introducción a la Filosofía en el departamento.” El Departamento inició una revisión anual de los planes de estudio de aquellos tomistas para asegurarse que estuviesen enseñando filosofía de acuerdo con los estándares del filo-sofismo académico contemporáneo. Esencialmente, Manier y sus colegas querían que el realismo clásico continuara en las catacumbas intelectuales también en el siglo XXI.


¿Y qué podemos hacer? Siguiendo con otra analogía fluvial, ¿qué puede hacer un pez que nació en el río Detroit en los ’70? El río, de alguna manera, refleja, hasta cierto punto, el ambiente moral de la ciudad y del campo. Debido a la contaminación que hay en el río, cada tanto se prende fuego. Un pez que se vea atrapado en ese río no puede salirse y exponerse al aire, lo que significaría la muerte segura, pero tampoco puede florecer en ese río. Debe comenzar a pensar cómo limpiar el río desde adentro.


Como comentó un observador en Notre Dame, “una cosa es permitir que la pornografía inunde el campus, lo que es seriamente imprudente. Pero hay otra pregunta que a nadie se le ocurre, volviendo a la era de Hesburgh, ¿cómo formamos estudiantes de modo que puedan conservar su fe y vivirla en una ambiente hostil? Esto es lo que necesitamos pensar. Cómo hacemos para que los estudiantes de nuestro ambiente, estén preparados no sólo para sobrevivir en él, sino para convertirlo. Si la fe es algo de lo que nos avergonzamos o que pensamos esconder o condenar para poder vernos entre gente respetable, ¿cómo podemos emplear la medicina que la fe ofrece para sanar las heridas causadas por los efectos del pecado?”


Vienen a la mente dos ejemplos. Maritain y su progenie intelectual, los intelectuales católicos en general, podrían ser más caritativos con los católicos étnicos que quedan. En vez de preferir diez paganos a un católico intransigente, deberían pensar en tratarlos como Cristo trató a Cleofás tras la Resurrección. Deberían caminar con ellos, en vez de preferir que los Paul Blanshard de este mundo lo hiciesen por ellos.


Y, terminando este ensayo en la fiesta de San Esteban, también es bueno recordar el ejemplo de San Esteban. Todos sabemos que San Esteban rezó por sus asesinos mientras lo apedreaban. Pero, tal vez, debemos recordar también que San Esteban fue intransigente cuando expuso la fe por la cual lo condenarían a muerte. Los miembros de las sinagogas de los libertinos, los cireneos, los alejandrinos y los cilicios todos disputaban con él. Pero no podían convencerlo debido a su inteligencia. De hecho, estaban tan frustrados con él que corrompieron a algunos funcionarios para que levantaran falsos cargos de blasfemia contra él.


Cuando Esteban era llevado ante el consejo, su cara brillaba como la de un ángel a medida que ofrecía un largo discurso sobre la historia de Israel. No soy un escriturista, pero leyendo el texto, supongo que su cara aún mantenía la apariencia de un ángel cuando terminó su discurso con la siguiente exhortación ecuménica: “¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! ¡Vosotros siempre resistís al Espíritu Santo! ¡Como vuestros padres, así vosotros! ¿A qué profeta no persiguieron vuestros padres? Ellos mataron a los que anunciaban de antemano la venida del Justo, de aquel a quien vosotros ahora habéis traicionado y asesinado; vosotros que recibisteis la Ley por mediación de ángeles y no la habéis guardado.”


De alguna manera, pienso, tenemos que decir algo como eso a los Blanshard, los Wirth, los Foucault, los Wilhelm Reich, los miembros del Círculo de Viena, los de la Rockefeller Foundation, su progenie intelectual, y cualquiera que quiera defender esos proyectos, que incluyen pero no se agotan con el control de la natalidad. Necesitamos, entonces, una defensa filosófica no sólo de la enseñanza de la ley natural, sino también de las comunidades étnicas que fueron abandonadas por los filósofos desde la década de 1940 hasta hoy. No podemos defenderlas sobre la base de los “principios americanos”, como sugieren algunos, esperando que alguna síntesis hegeliana fructuosa ocurra mágicamente. Los “principios americanos” son parte del problema, no la solución; algo que queda claro de la lectura del libro de Michel. CW