lunes, 30 de junio de 2014

Respuesta a Sofronio

“Una [bitácora] no está viva sino cuando cada número
disgusta a una buena quinta parte de sus [lectores]…” (Charles Péguy).

Estimado Sofronio:
Respondemos a su comentario:
(I) Corresponde al Romano Pontífice, si lo considera oportuno, determinar la forma concreta de devociones privadas como el S. Rosario. No a nosotros, ni a Ud.: al Papa.”
¿Y eso afirmación de dónde la saca? Sólo puede extraerse de Pigius o de algún sedevacantista montaraz, jamás del verdadero Magisterio de la Iglesia, ni por supuesto de Santo Tomás de Aquino, de ninguna. Ni es doctrina infalible de la Iglesia, ni muchos menos ex cáthedra y ni siquiera doctrina común.
Nos sorprende mucho que diga estas cosas, porque la vinculación con el dogma es bastante próxima. La limitación de la potestad varía según la materia.
1. Potestad de la Iglesia sobre los sacramentos. Por razones de brevedad omitimos citar (Pío XII, León XIII, Trento y Florencia) y afirmamos que:
(a) el Romano Pontífice no dispone de poder alguno para cambiar la parte esencial de los sacramentos que se basa en la institución divina;
(b) pero  dispone de poder para mudar la parte ceremonial de los sacramentos.
La distinción entre parte esencial y parte ceremonial es magisterial (León XIII) y de aceptación común entre los teólogos: “…los ritos esenciales de los sacramentos, que se basan en la institución divina, y aquellas otras oraciones, ceremonias y ritos accidentales que con el correr del tiempo fueron introduciéndose por la costumbre o por una prescripción eclesiástica positiva…” (Ott).
Suponemos que Ud. acepta las dos tesis enunciadas y la distinción. Además, que distingue la Tradición de las tradiciones teológicas, disciplinares, litúrgicas o devocionales, nacidas en el transcurso del tiempo. A partir de aquí, es cuestión de aplicar principios generales y recta analogía.
2. Potestad de la Iglesia sobre los sacramentales. Se aplican los principios generales relativos al Primado y por analogía los principios referidos a los sacramentos. Pero la tesis (a) no vale aquí: la potestad del Papa en este campo es mucho más amplia que en materia de sacramentos, pues los sacramentales son de institución eclesiástica, no de institución divina. El Papa puede alterar libremente la parte esencial de los sacramentales y también puede modificar la parte ritual, todo con una amplia libertad de determinación.
3. Potestad de la Iglesia sobre las devociones privadas y el Rosario. Si la potestad del Papa es amplia respecto de la parte ceremonial de los sacramentos, más extensa sobre la esencia y el rito de los sacramentales, es todavía mayor respecto de las devociones privadas. Sería absurdo reconocer al Papa potestad para cambiar la liturgia de los sacramentos, modificar o suprimir sacramentales, reformar el Oficio Divino (culto público y oficial) y a la vez limitar indebidamente esa misma potestad respecto de la forma de rezar el Rosario (que es un acto de culto no litúrgico a la madre de Dios). El Pontífice posee sobre las devociones privadas, las mismas potestades que respecto de los sacramentales: establecer nuevas, interpretar las que existen, modificarlas o suprimirlas.
Pero nos encontramos con algunos que dicen: el Papa se ha creído más sabio que la Virgen… ¿Cómo lo saben? ¿Tienen comunicación directa con la Virgen? Más importante: ¿se han puesto a meditarlo a la luz de la Revelación y de la Teología? ¿Comprenden la diferente obligatoriedad de una revelación privada para el vidente y para el papa? ¿Creen que una revelación particular, por aprobada y venerable que sea, limita al Primado en lo que es de su competencia propia? ¿Hace falta recordar que cualquier Papa tendría potestad hasta para suprimir el Rosario, mediante un acto legítimo -pecaminoso, probablemente- mientras que no podría legítimamente abolir la extremaunción, así como de modo semejante podría extinguir a los jesuitas y no podría abolir el Episcopado?
Lo que es de institución eclesiástica por naturaleza es reformable. La Revelación pública se cerró con la muerte del último Apóstol. No existen segundas revelaciones (Fátima, Lourdes, Salette, etc.) que divinicen lo eclesiástico y por ello impidan a un Papa su modificación.
Todo esto pertenece al perenne patrimonio teológico-jurídico-litúrgico de la Iglesia y de forma pacífica. Nos sorprende tener que repetirlo aquí y a una persona con sus conocimientos.
4. Los misterios luminosos. Siguiendo la analogía sacramental de Alastruey, en el Rosario hay una parte esencial compuesta de materia (preces vocales) y de forma (meditación de los misterios). Y ambos elementos esenciales se mantienen en los misterios luminosos. Quien tenía potestad para abolir el Rosario, o alterar obligatoriamente su parte esencial, se limitó a introducir un cambio de uso facultativo, que implica un cierto retorno, aunque parcial, al Rosario medioeval. ¿Sería legítimo que hubiera restaurado los 150 misterios? Sí, aunque inoportuno y de consecuencias previsibles.
¿Por qué lo hizo? Porque juzgó oportuno sugerir la meditación de “los misterios de la vida pública de Cristo” como complemento perfectivo. El documento contiene un apartado para justificar la innovación y su oportunidad. No es serio omitir leer los documentos criticados, como se evidenció en dos comentarios del anónimo.
5º. Sana crítica. Si los misterios de luz no tuvieran fundamento bíblico o patrístico alguno –hay otras devociones particulares que tampoco lo tienen-, la innovación merecería críticas fuertes. Si se impusieran obligatoriamente, también podría haber críticas severas. No es el caso, y no vale aquí cambiar de tema ejemplificando con otros actos lamentables de Juan Pablo II, como hizo el anónimo, para eludir la inconsistencia de los argumentos esgrimidos.
Podemos admitir sin dificultad críticas a la oportunidad del cambio, a su justificación teórica, a cierta pérdida de concordancia simbólica, etc. Pero, ¿qué resultado se espera de argumentos como “666” o la “fuente Valtorta”, sea que los enuncie Cardozo o nuestra vecina? Objetivamente, lo que se consigue es hacer del tradicionalismo irrisión de los católicos. No se puede hacer el mal para obtener un bien, tampoco se puede emplear malos argumentos –falsos, calumniosos, ridículos, disparatados- para defender buenas causas. Tratamos de evitarlo y lo criticamos. Aunque también podemos caer en estos defectos.
(II) Estoy viendo últimamente un sesgo preocupante en el blog. Tal vez a fuerza de imponer la equidistancia se pierde, con alguna frecuencia, en los árboles, perdiendo de vista el bosque. A veces se toma uno -no sólo le pasa a ustedes, también a mí- demasiados esfuerzos en encumbrarse a la cima de una escalera para otear sin estorbos el límpido y amplio horizonte, pensando que los demás no lo ven, y luego de una larga vida ascendiendo peldaño a peldaño, se llega a la cumbre o se piensa que ha llegado, para descubrir finalmente que había colocado la escalera en la pared equivocada.
Mantenemos la “línea editorial” y nuestras principales opiniones. La bitácora cuenta con entradas inéditas en carpeta (más de 150) y otras que se hacen en el momento para tratar algún tema de actualidad.
Nunca coincidimos con el sedevacantismo, ni con formas de tradicionalismo ideológico, radicalizado, a veces fanático y sectario. Quien espere un viraje en esa dirección, justificado por el “efecto Francisco”, terminará desilusionado. Lo mismo le ocurrirá a quien suponga que vamos a hacer causa común en una suerte de “frente popular antifrancisquista” o a integrar una  “red de bitácoras anti-Bergoglio”… 
Desde hace tiempo hemos pensado que nos gustaría escribir una serie de entradas titulada Achaques y manías del tradicionalismo. Básicamente sería plagiar a Wanderer desde sus orígenes.
Notamos que también Ud., Sofronio, ha cambiado algunas opiniones, y la forma de expresarlas, desde los primeros años de matercastissima.org hasta la actualidad. No emitimos juicio de valor al respecto.
En todo caso, seguiremos el camino del Omne verum (et bonum) tomasiano y mantendremos nuestra independencia de criterio. Y si Juan Pablo II, Francisco o Carlos Marx, dicen una verdad, omne verum tomasiano aunque algunos se enojen. 
(III) Lo digo por varias cosas y sólo voy a citar tres ejemplos:
1-La frecuente descalificación del adversario en la diatriba con palabrejas tale como frikis, etc., aparecen ene le blog, bastante usadas por la redacción.
2.-El uso de argumentos contra espantapájaros inventados para desahogarse contra él. El ejemplo es el debate mantenido con el anónimo, donde no les ha temblado la mano en colocar tesis en su adversario que él no ha sostenido, para de esa forma aparentar ganar la contienda.
1. Una crítica que aceptamos, en general, pero que olvida que ya dimos una definición de frikitradicionalismo. Muchas veces parecerá al lector que tenemos reacciones desproporcionadas. Todos los días tenemos que eliminar mensajes de dos anónimos, que se comportan como trolls, y que parece quieren jugar al campeonato de delirantes en nuestro blog.
2. Es posible que hayamos malinterpretado al anónimo o que él no se haya expresado con claridad. Ahora, si el primer mensaje que un anónimo deja en una bitácora sugiere un ad hominem para el redactor, que no se sorprenda si recibe un “palo” como primera respuesta. Además, si en el comentario, no queda del todo claro si asume, en todo o en parte, los argumentos de Cardozo, puede suceder que hagamos un espantapájaros por amalgama.
Pedimos perdón por cualquier maltrato injustificado.
(IV) 3.-La posición “anti” lo que ustedes piensan que son cuestiones dogmáticas, sin serlo.Toda la Historia de la Iglesia junto a toda la teología católica dice que no se puede ser ni “Blog antisedevacantista”, como dicen en su margen derecho, ni mucho un fiel antisedevacantista ¿Por qué? Por la cuestión de que la sede esté vacante es siempre una posibilidad, históricamente cierta y también un contigente futurible o actual. Luego, no comparece con su exquisita posición prudente, para mi excesiva, su cuestión “anti”. La cuestión de la sede vacante depende de una mayor revelada y una menor histórica, de la cuál se extrae una conclusión. Se puede diferir en la menor que depende, en parte, del conocimiento natural y por tanto en la conclusión; pero jamás se puede ser un “anti” de un ente (lo que tiene o puede tener ser). No hace falta recordarles detalles históricos de los que, no me cabe duda, sobreabundan en erudición,para hacerles caer en la cuenta de que todos estamos llenos de prejucios. Unos los fundamentan con la exuberancia de su ciencia y otros con las modestia de sus conocimientos. Y Aquí y en otros casos, se “ve el plumero”. No me venga la redacción a rebatirme conque ya publicó una serie sobre el tema. En efecto, numerosos artículos y algunos muy buenos, pero en casi todos ellos y en las introducciones subsistía el prejucio; es decir, el juicio previo; esto es, “anti”. Cada cual puede tener al respecto la posición que quiera, pero no se puede ser “anti” ante una conclusión teológica tan posible como la contraria, si se quiere mantener la honestidad. De cualquier forma, es sólo un ejemplo. (...)
Amigo, aquí incurre Ud. en una tergiversación de nuestra posición y en un error lógico. Lo primero, puede verificarlo en la primera y última entrada que dedicamos al sedevacantismo. Somos anti-sedevacantistas porque rechazamos el sedevacantismo en tanto doctrina que enloquece opiniones teológicas. No rechazamos la vacancia de la Sede como hecho, ni condenamos opiniones teológicas que la Iglesia no reprueba. Uno es anti cuando es opuesto o contrario a algo: ser antiliberal no es oponerse a la libertad sino al liberalismo.
Por más que se siga a autores como Bellarmino y Wernz, la premisa mayor del silogismo es teológicamente probable, porque la Iglesia no la ha definido, ni ha condenado la contraria, ni la ha prohibido como hipótesis para la discusión. Éste es el estatuto espitemológico tanto del "papa hereje" que perdería el pontificado como de la "herejía antecedente" que invalidaría la elección. Ahora bien, de una premisa mayor probable se sigue una conclusión siempre probable, por más que la premisa menor sea cierta. Lo que rechazamos es la “dogmatización” de la premisa mayor, o su indebida elevación al grado de certeza (lo probable, en Teología, es de libre asentimiento; sin censura alguna para el disidente), porque así se burlan los límites del silogismo dialéctico; y en este sentido -en cuanto rechazamos un error de epistemología teológica- somos y debemos ser anti-sedevacantistas, porque toda inteligencia debe amar la verdad y detestar el error.  
Además, la premisa menor (histórica) depende de los hechos –no de puros hechos- y ello agrega mayor incerteza a la conclusión. Asimismo, tenemos un motivo fundado por el cual nos oponemos al sedevacantismo práctico: la tradicional norma que impide dar a una opinión subjetiva un valor determinante de lo jurídico-eclesial. En este sentido -en cuanto rechazo de un error práctico proyectado al fuero externo- somos y también debemos ser anti-sedevacantistas, pues resulta un imperativo de conciencia.  
Esta respuesta ha sido larga. Pero como Ud. es un comentarista que valoramos y plantea cosas que pueden interesar a otros, se justifica la extensión de esta entrada.

En Cristo,

Redacción.



domingo, 29 de junio de 2014

Luz del Tabor


Si Cristo es «la luz del mundo» (Jn 8, 12), los misterios de su vida son misterios de luz. Dentro de la tradición oriental, de manera singular, la luz tiene un papel de primordial trascendencia en relación con la vida espiritual. La luz tiene su fuente última en la Trinidad (San Gregorio de Nazianzo). Dios, incomunicable por naturaleza, se comunica mediante sus manifestaciones; se da a conocer mediante sus “energías”. La Luz eterna se encarna en Cristo, luz verdadera que ilumina a todos los hombres, luz que brilla en las tinieblas, fuego arrojado en la tierra para que se haga incendio.
La luz de la contemplación es el camino hacia la iluminación plenaria. Los Padres griegos no han dejado de relacionar la teología con la luz divina. San Gregorio de Nyssa, por ejemplo, afirma que no hay teología sin contemplación, y esta no se da sin una iluminación interior. Asimismo, los Padres se refieren al progreso espiritual en términos de luz. El mismo Gregorio describe el ascenso del alma que oye una voz que le dice: “te has hecho hermosa acercándote a mi luz”.
En la impugnación de los misterios de luz algunos alcanzan un alto grado de frikismo. Por ejemplo, al designar a los misterios luminosos como misterios illuminatis. Si se tomaran la molestia de investigar un poquito en los Santos Padres, verían que el bautismo es denominado como un misterio de iluminados… Misterio, pues así se denominan los sacramentos en griego; de iluminados, porque el bautizado recibe a la luz de Cristo y está llamado a iluminar a los demás.
Transcribimos ahora unas páginas de un libro del P. Alfredo Sáenz cuya lectura recomendamos vivamente. Todo el capítulo cuarto, titulado “La transfiguración de la materia por la luz y el color” merece una lectura atenta.

LA LUZ DE LA TRANSFIGURACION O LUZ TABORICA.
Ya hemos aludido, si bien someramente, a este misterio. Con todo, merece una consideración más prolongada. El hecho de la Transfiguración es para el mundo oriental un acontecimiento central entre los misterios de Cristo. Y está en conexión directa con el sentido luminoso de los iconos, al punto que la primera imagen que había de hacer el artista era el icono de la Transfiguración... 
a) El misterio de la Transfiguración 
"Se transfiguró delante de ellos; su rostro resplandeció Como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz" (Mt 17, 2; cf. Mc 9, 3; Lc 9, 29). Jesús se manifestó a sus discípulos no ya en su "forma de siervo", sino como Señor. 
Dice San Pablo que antes de su encarnación Cristo existía "en forma de Dios" —in forma Dei—, pero luego se anonadó tomando la "forma de siervo" —forma servi— (cf. Fil 2,6-7). Existir in forma Dei es vivir en el "esplendor de la gloria" —splendor gloriae— (Heb 1, 3). El Hijo se despoja voluntariamente de su gloria, se vacía de sí, por decirlo de alguna manera, se reduce a forma humana, sin dejar por cierto de ser Dios. La forma Dei y la forma serví se encontraron cuando el Verbo se hizo hombre, pero entonces la naturaleza divina veló su gloria al revestir la "forma servi"; en cambio, a partir de su resurrección, la naturaleza humana se despojó de la "forma servi", des-velando la "forma Dei". Pero debe quedar bien en claro que así como antes, al abajarse, no dejó de ser Dios, así ahora, al elevarse, no deja de ser hombre.
Sin embargo advertimos por el evangelio que aun antes de su resurrección en algunas ocasiones dejó transparentar la gloria que escondía, como por ejemplo al realizar milagros tan sobrenaturales. Algo semejante acaeció en momento de su Transfiguración sobre el Tabor. Su cuerpo íntegro se convirtió, por así decirlo, en el vestido luminoso de su divinidad. "En lo que concierne al carácter de la Transfiguración —afirman los Padres del Séptimo Concilio Ecuménico— ella tuvo lugar no de manera que el Verbo abandonase la imagen humana, sino más bien mediante la iluminación de esta imagen humana por su gloria".
San Juan Damasceno se refirió repetidas veces a la Transfiguración. En una de sus homilías sobre dicho misterio afirma que Cristo, al encarnarse, en modo alguno perdió el esplendor de su divinidad sino que tan sólo lo veló por milagro fue el permanente ocultamiento de su gloria. Y así "en la Transfiguración, Cristo no se convirtió en lo que no era antes, sino que se mostró a sus discípulos tal cual era, abriéndoles los ojos, dándoles la vista a los que eran ciegos". Aquel a quien los apóstoles veían sobre el Tabor era el Jesús de siempre, pero ahora habían recibido el poder de contemplarlo en su gloria eterna, de percibir la "energía" de su naturaleza divina. "Lo divino lo eleva [sobre lo creado] y comunica al cuerpo el resplandor propio de su gloria". Es la aplicación de la doctrina energética a la cristología: la naturaleza divina permanece inaccesible en sí misma, pero su energía gloriosa penetra la naturaleza creada, la impregna con su esplendor. La humanidad de Cristo refleja a Dios.
(…)
b. Hacerse luz
En la Transfiguración el Señor mostró su gloria. Pero de poco hubiera valido que Cristo resplandeciese si nadie hubiese sido capaz de contemplarlo tal, si los allí presentes no hubiesen tenido ojos para percibir la transformación. Siguiendo la enseñanza arriba consignada del Damasceno, podríase decir que la Transfiguración no implicó un cambio en Cristo, ni siquiera en su naturaleza humana, sino que el cambio se produjo en el interior de los Apóstoles que recibieron por un momento la facultad de ver a su Maestro tal cual era, resplandeciendo con la luz eterna de su divinidad… la Transfiguración de Cristo fue de hecho la transfiguración de las facultades receptivas de los apóstoles. Por algunos instantes, sus ojos físicos se abrieron, se transformaron, se hicieron capaces de trascender las apariencias humildes de quien tomó la forma de siervo, atisbando su gloria encandilante. Sólo se puede entrever la luz divina con los ojos corporales si el que la contempla participa en dicha luz, es transformado por ella.
Viene aquí al caso volver a aquella frase tan recurrida de San Ireneo, que se suele citar en forma trunca, y a la que nos hemos referido páginas atrás, donde se reúnen los temas de la luz, la gloria y la visión: "La gloria de Dios es el hombre vivo, mientras que la vida del hombre es la visión de Dios". Dicha frase remata lo que había dicho poco antes, a saber, que el Hijo de Dios se había hecho hombre para que la luz de su Padre invadiese su cuerpo, y desde allí llegase hasta nosotros.
La luz eterna de Dios se concentró en Cristo, y los discípulos sólo pudieron percibirla... Ya hemos visto cómo los orientales distinguen la luz sensible, la luz inteligible y la luz divina. Dios se da a conocer al hombre entero de modo que éste, partiendo de lo sensible y pasando por lo inteligible, trascienda a su modo el tiempo y el espacio, y entre en la esfera divina, más allá de las fronteras de la naturaleza creada. "Quien participa en la energía divina —escribe Palamás—, se convierte, de alguna manera, en luz; está unido a la luz y, con la luz, ve con plena conciencia todo lo que permanece escondido a los que no tienen esta gracia...; porque los puros de corazón ven a Dios que, siendo luz, habita en ellos, y se revela a aquellos que lo aman, a sus bienamados".
El Antiguo Testamento nos ofrece una especie de prefiguración del Tabor cuando nos muestra a Moisés hablando con Dios "cara a cara", como se habla con un amigo (cf. Ex 33, 11; Deut 34, 10). Fue un encuentro personal con un Dios personal, aunque envuelto en el misterio, en las sombras (cf. Ex 33, 18-23). En otra ocasión alternó con Dios en la cumbre del Sinaí, y nos dice el texto que cuando bajó de la montaña, su rostro aún estaba radiante (cf. Ex 34, 29), porque reflejaba el rostro luminoso de Dios, cumpliéndose aquella fórmula de bendición imperada por el mismo Yahvé: "Que haga resplandecer su rostro sobre ti" (Num 6, 25)…
Son las realidades del siglo futuro las que acá se dejan entrever. Pero dichas realidades están de algún modo presentes en todos los cristianos, si bien incoativamente, porque no otra cosa es la gracia bautismal. Ya hemos dicho que antiguamente los bautizados recibían el nombre de "fotismoi", iluminados, y cuando eran revestidos con túnicas blancas, según el rito litúrgico, se les decía que se cubrían con los vestidos luminosos de Cristo tal como El los mostró en su Transfiguración. "Habiéndose acercado a la luz, el alma se transforma en luz", explicaba San Gregorio de Nyssa. Pero la gracia de la iluminación recibida en el sacramento no es estática, sino que debe ser alimentada y profundizada mediante el progreso espiritual. Cuando esa luz no encuentra tropiezo en los corazones, "transforma en luz a los que ilumina", según las categóricas palabras de San Simeón.
Tomado de:
Sáenz, Alfredo. El icono esplendor de lo sagrado. Ed. Gladius (Buenos Aires), p. 202 y ss.

jueves, 26 de junio de 2014

Algunas notas sobre el Rosario

La imaginación piadosa, unida a tradiciones de corto alcance, pueden llevarnos a exageraciones y confusiones. Por ejemplo, creer que la Virgen entregó a Santo Domingo (1170-1221) un documento autógrafo con un método para rezar el Rosario que ha llegado inalterado hasta nuestros días. Si bien es cierto que Santo Domingo fue el hombre de su época que más contribuyó a la formación y difusión del Rosario –movido por una gracia singular-, esta oración no fue una fórmula precisa y fija que la Virgen le entregara al santo, sino que sufrió cambios con el paso de los siglos. El Rosario, en su forma medieval, era más flexible que en la actual. Recién a finales del siglo XV los dominicos le dieron una estructura similar a la de nuestros días. Pero veamos algunos puntos con un poco más de detalle:
1. Esencia del Rosario.
 “…Tres son, por tanto, las partes esenciales del Rosario, a saber: los misterios, la oración dominical y la salutación angélica. Sin la meditación de los misterios, aunque se reciten muchas oraciones dominicales y salutaciones angélicas, no hay Rosario, así como tampoco puede llamarse Rosario a la meditación de los misterios sin los padrenuestros y las avemarías… Las preces vocales son en él a modo de materia, a la que sólo la meditación de los misterios puede imprimir la forma y la propia especie… Por lo cual otras preces que se añadan al Rosario antes o después de la enunciación de los misterios no pertenecen a la esencia del Rosario; son como partes libres y variables en conformidad con la costumbre de cada región.” (Alastruey, p. 945).
2. Los misterios del Rosario.
 “Los misterios son ciertos pasajes de la narración evangélica que se refieren a los principales hechos de la vida de Jesús y de María. Son hechos históricos que sucedieron… pero se llaman misterios, porque bajo el velo de la historia contienen verdades incomprensibles a nuestra razón, como la encarnación del Verbo, la maternidad divina, etc., que superan la penetración del entendimiento humano y sólo por la revelación pueden conocerse.” (Alastruey, pp. 945-946).
3. Número de los misterios.
Es tradicional el número de quince misterios. Pero, ¿cuál es su origen histórico? ¿Se trata de un número fijo revelado por la Virgen a Santo Domingo? 
La meditación de los misterios. Se debe al cartujo Helión Domingo (v.), llamado Domingo de Prusia, quien, hacia mediados del s. XV, fijó 50 para añadirlas a cada una de las 50 «avemarías». En lo sucesivo los misterios fueron aumentándose hasta llegar a 150 (tantos como las «avemarías»). Por razones prácticas, fáciles de comprender, a principios del s. XVI los misterios de meditación se redujeron de 150 a 15 (Roschini, p. 550).
4. El Avemaría.
“El avemaria es una oración, así llamada por las dos palabras con que empieza. Se llama también salutación angélica, porque en las primeras expresiones se contiene el saludo del arcángel San Gabriel al anunciar a María el misterio de la encarnación que en ella había de realizarse…” (Alastruey, pp. 946-947)
La salutación angélica no se formó toda a la vez, sino que, partiendo del texto bíblico, con el transcurso de los siglos, se agregaron otros elementos. Por lo que se refiere a la primera parte, en la historia se registran dos adiciones: el nombre de María, que se intercala entre salve y llena de gracia, y el nombre de Jesús, puesto a continuación de las palabras fruto de tu vientre. La segunda parte de la salutación, Santa María, Madre de Dios… se añadió después de muchos siglos.
4.1. ¿Cómo se rezaba el avemaría en tiempos de Santo Domingo?
En el s. XII, para que el número de las «avemarías» fuese igual al de los salmos (150), se comenzó a rezar la corona de 150 «avemarías», que entonces llegaba hasta el fructus ventris tui»..., y por esa razón fue llamado «Psalterium Marianum»” (Roschini, p. 550).
4.2. ¿Cuándo se originó la fórmula actual de avemaría?
“La fórmula completa del avemaría, tal como ahora está en uso, la encontramos, por primera vez, hacia fines del s. XV, en una poesía acróstica del poeta-teólogo Gaspar Borro... El 23 de octubre de 1498 es la fecha del primer texto completo del avemaría. Esta segunda parte aún estaba un poco fluctuante en algunas palabras de más o de menos, hasta que San Pío V, en 1568, con la promulgación del nuevo Breviario Romano, sancionó la fórmula completa, tal como está actualmente en uso... Sin embargo, la disposición pontificia no se hizo universal a toda la Iglesia hasta un siglo después...” (Roschini, p. 76). “Desde el siglo XVIII quedó completamente abolida cualquiera otra fórmula, y en adelante no sufrió mutación ni adición alguna la salutación angélica.” (Alastruey, p. 949)
5. ¿Qué decir de los misterios luminosos?
En esta entrada hay elementos suficientes para que cada uno pueda sacar sus propias conclusiones tanto sobre la modificación -de uso optativo- que introdujo Juan Pablo II como sobre la "calidad" de algunas críticas a esta decisión.


Bibliografía:
- Alastruey, G. Tratado de la Virgen Santísima. BAC, Madrid (1956).
- Roschini, G. Diccionario Mariano. Ed. Litúrgica Española, Barcelona (1961).

lunes, 23 de junio de 2014

Dejate bendecir

Toda bendición es alabanza a Dios y oración para obtener sus dones. Algunas bendiciones son verdaderos sacramentales, mientras que otras son simples oraciones que pueden ir acompañadas, o no, de gestos congruentes, pero que no son sacramentales en sentido estricto.
Los sacramentales propia y específicamente pueden definirse así: signos sagrados instituidos por la Iglesia para una cierta imitación de los sacramentos, de los cuales la misma Iglesia suele usar para obtener por su impetración efectos principalmente espirituales. Los sacramentales no fueron instituidos, de ley ordinaria, por Cristo, sino por la Iglesia. No obran «ex opere operato», como los sacramentos, pero su eficiencia no descansa tampoco en la mera disposición subjetiva del que hace uso de ellos, sino principalmente en la intercesión de la Iglesia, la cual, como esposa santa e inmaculada de Cristo, posee una particular eficacia intercesora. Si consideramos bien la índole del «opus operantis Ecclesiae», podremos afirmar que los sacramentales obran «quasi ex opere operato». Los sacramentales no confieren inmediatamente la gracia santificante, sino que únicamente disponen para recibirla. Los efectos particulares de los distintos sacramentales son diversos según el fin peculiar de cada uno.
¿Cuantos sacramentales hay? Los teólogos no se han puesto de acuerdo sobre su númeroActualmente sin embargo, se pueden establecer cuatro tipos de sacramentales (refiriéndonos únicamente a los que son autónomos de los sacramentos): a) bendiciones invocativas: son ceremonias o fórmulas con las que se pide el auxilio divino para el que usa la cosa bendecida o recibe la bendición; b) bendiciones constitutivas: son ceremonias por medio de las cuales una cosa profana se convierte en cierto modo en sagrada, pero sin el empleo de óleos sagrados; c) consagraciones: son ceremonias con las que alguna cosa se convierte de profana en sagrada de una manera más profunda, empleando los santos óleos; se le da el nombre de «dedicaciones» cuando se refieren a lugares y de «consagraciones» cuando se refieren a personas (aunque hay algunas excepciones); d) exorcismos: son admoniciones que se hacen en nombre de Cristo al demonio para que se aleje de una persona o cosa.
“De la definición establecida de los sacramentales se deduce que no deben ser referidos al número de estos sacramentales: α. la oración dominical, las oraciones de los fieles, el signo de la cruz, la limosna, la bendición con la cual los padres piden bienes para sus hijos [este supuesto debe reconsiderarse a la luz del actual Bendicional], etc., tanto porque no fueron instituidas por la Iglesia como porque no tienen su fuerza de la impetración de ésta; ß. tampoco son sacramentales las oraciones de la Iglesia, las ceremonias del sacrificio eucarístico, las genuflexiones, los golpes de pecho, etc., porque no producen sus efectos por la oración de la Iglesia, aunque hayan sido instituidas por ésta. Pues la obra que produce un peculiar efecto sobrenatural, o por su naturaleza, como la oración dominical, que por razón del autor (Jesucristo en persona), agrada extraordinariamente a Dios, o por una especial promesa divina, como la limosna, no pertenecen a los sacramentales, los cuales producen sus efectos en fuerza a la oración de la Iglesia.” (Noldin-Schmit)
Sólo la Sede Apostólica puede establecer nuevos sacramentales, interpretar auténticamente los que existen y suprimir o modificar alguno de ellos. En la confección o administración de los sacramentales, deben observarse diligentemente los ritos y fórmulas aprobados por la autoridad de la Iglesia. Es ministro de los sacramentales el clérigo provisto de la debida potestad; pero, según lo establecido en los libros litúrgicos y a juicio del Ordinario, algunos sacramentales pueden ser administrados también por laicos que posean las debidas cualidades. Dentro de los sacramentales que más frecuentemente pueden administrar los laicos como ministros por la eficacia de su sacerdocio común, del que han sido hechos partícipes por el bautismo y la confirmación, y por la facultad que les otorga el Derecho, están las bendiciones. Entre las que pueden realizar los laicos figuran las siguientes (se citan los números correspondientes del Bendicional): la de los esposos en los aniversarios de su matrimonio fuera de la Misa (116), la de los niños (137 y 159), la de los prometidos (199), la de la mujer antes y después del parto (219), la de los ancianos que no pueden salir de casa (261) y de los enfermos (291), la de un grupo reunido para la catequesis o la oración (385), la de los que van a emprender un viaje (490), la de una nueva casa (535), las de todo lo relacionado con desplazamientos humanos (723), la de algunos instrumentos técnicos (750), la de animales (803), campos, tierras de cultivo y terrenos de pasto (829), en la presentación de nuevos frutos (866), la del belén navideño (1246 y 1255), en la acción de gracias (1419) y en diversas circunstancias (1439).
Bendición de Isaac.
A la luz de las consideraciones precedentes cabe considerar una de las últimas “bergogliadas”. Hace una semana, Francisco recibió a Justin Welby, primado de la comunión anglicana, y permitió que el inglés le diera una bendición. En primer lugar, se debe afirmar que el anglicano no es ministro de los sacramentales pues no es un clérigo provisto de la debida potestad. Por tanto, no puede administrar ninguna bendición que sea sacramental en sentido propio. Pero, en cuanto bautizado, Welby puede pronunciar simples oraciones, acompañadas de gestos congruentes, que Dios podría tener en cuenta. Porque nunca ha enseñado la Iglesia que los acatólicos no puedan rezar ni que Dios no reciba sus oraciones. De hecho, Dios puede premiar con la Gloria el martirio de un cristiano no católico.
Del gesto de Francisco -en buena lógica, y a la luz de una reflexión teológica seria- no puede concluirse como hace un sitio incalificable (no es R.C. y preferimos no poner el enlace) que el Papa esté negando la enseñanza de la Iglesia sobre la invalidez de las órdenes anglicanas (cfr. Apostolicae curae, de León XIII). Porque no ha dicho nada al respecto y de una simple bendición no se sigue tal conclusión. Pero la equivocidad de la “bergogliada” de marras sí puede llevar a preguntarse si del gesto de inclinar la cabeza ante un acatólico que bendice no surge “peligro de errar en la fe” u “ocasión de escándalo y de indiferentismo” como dice la letra del Vaticano II (cfr. Orientalium Ecclesiarum, n. 26) al tratar acerca del ecumenismo.


domingo, 22 de junio de 2014

Cuando el ecumenismo fracasa

No muchas veces se puede encontrar en una web neocon como ReL algún cuestionamiento -siquiera remoto- al super-dogma del Vaticano II. Pero a veces hay excepciones. Tal parece ser el caso de un breve vídeo del padre Santiago Martín, fundador y superior de los Franciscanos de María, que reflexiona en Magnificat TV sobre un hecho singular: más allá de las buenas relaciones personales, cuanto más tiende la Iglesia su mano a otras comunidades cristianas, más se separan éstas de la Iglesia alzando muros infranqueables, como la ordenación de mujeres o la elección de obispos que practican abiertamente la homosexualidad. Ciertamente el franciscano no llega a reconocer que "los mismos textos conciliares tienen un enorme potencial de conflicto" (Kasper), pero al menos se da cuenta del fracaso de un optimismo buenista en relación con los cristianos separados. 


miércoles, 18 de junio de 2014

El “mal gusto” de Jesús (II)

LAS MUJERES PIADOSAS

A través de toda la obra de Dostoyevski se percibe la vida del pueblo como una multitud anónima y algunas veces apenas nombrada. Por doquier vemos sus mudos ojos clavados en nosotros, por doquier sentimos el latir de su corazón. De esa masa, empero, se destacan, recortándose individualmente, algunas figuras que permanecen sin embargo entretejidas en el gigantesco conjunto. Es posible encontrar tales figuras en todas las novelas. A veces es un criado, más allá un campesino o un pequeño burgués o un soldado; transeúntes de la calle que surgiendo por breve espacio dicen algunas palabras y vuelven a desaparecer entre la multitud; huéspedes de una posada, obreros, vendedores del mercado, gentes de bien y perdidos, gentes avisadas y tontas... Al principio de Los hermanos Karamázovi y destacándose del anónimo conjunto de la turba, encontramos algunas figuras que impresionan profundamente; trátase del pasaje en que el pueblo acude a ver a su gran amigo, el starets Zósima, pasaje contenido en el tercer capítulo del libro segundo e intitulado Las mujeres creyentes. Llevan a presencia del starets a una klikuscha, una poseída, que "a veces pierde completamente la razón y chilla y aúlla como un perro". Ésta es una de las tantas que padecen ese mal. Dice Dostoyevski que se trata de una "terrible enfermedad... y que al parecer entre nosotros, en Rusia, constituye una enfermedad que atestigua de la suerte de nuestras campesinas; enfermedad debida al trabajo agotador, a los partos penosos anómalos, faltos de toda asistencia médica y también a la pena sin desahogo, a los golpes, etc., que algunas naturalezas femeninas, a pesar de todo, no pueden soportar" (Los hermanos Karamazovi) 
"Penas sin desahogo", exceso de trabajo, sofocación y cansancio; nada de ese luminoso amor que ayuda a vivir, ninguna posibilidad siquiera de protegerse o de encontrar un camino que conduzca a la libertad, como es capaz de crearse culturalmente el hombre hecho libre por obra de su energía y fuerza inventiva. Aquí está el ser humano totalmente abandonado al sufrimiento. 
En el caso de la klikuscha no hay que hacerse ninguna ilusión, la enferma se tranquiliza cuando se le aproxima el starets. Queda por el momento sosegada; mas tiene que retornar a su medio y entonces todo volverá a ser como antes. Su situación no tiene salida, no puede escapar a su destino. Sin embargo, Dios está presente... Ni la justicia ni la dignidad humana tienen fuerza aquí. La mujer permanece encadenada a su destino, mas ni por un momento se le ocurrirá pensar que es inmerecido y aun cuando nada cambie, aun cuando su visita al hombre de Dios sólo constituya un alivio momentáneo, no abrigará la menor duda acerca de la bondad infinita de Dios. Esta criatura humana continuará viviendo sin encontrar remedio a su mal y continuará unida a Dios cuya voluntad no comprende, pero a la cual se somete. Un oscuro y terrible destino pesa sobre este hecho. Sin embargo, la mujer, de todas maneras, se siente profundamente consolada y en ello hay una promesa así como la hay en el grano de trigo sembrado en la tierra. 
 
Consideremos ahora a otra mujer hacia la que se vuelve el starets después de haber atendido a la klikuscha.
" Tú, que has venido de lejos —le dijo a una mujer aún no enteramente vieja, pero muy flaca, de cara no ya curtida del sol sino como toda negra. Estaba arrodillada y con finos ojos contemplaba al starets. En su mirada había algo de extravío.
"—De lejos, padrecito, de lejos. De trescientas verstas de aquí. De lejos, padre, de lejos —dijo la mujer canturreando y moviendo lentamente a un lado y a otro la cabeza y apoyando la mejilla en la mano."Hablaba como salmodiando. Hay en el pueblo bajo un dolor taciturno y muy sufrido. Métese dentro y calla. Pero hay también un dolor que revienta, rompe a llorar y en tal instante sale afuera en forma de salmodia. Sucede así especialmente a las mujeres, pero no es más leve que el dolor taciturno. La lamentación consuela únicamente porque penetra más hondo, en el corazón. Tal dolor ni siquiera quiere consuelo del sentimiento de su insaciabilidad se sustenta. La lamentación es sólo una necesidad de irritar continuamente la llaga.
"—Serás de la clase media —continuó mirándola curioso el starets.
"—Campesina, padre, campesina; labradores, pero de la ciudad. Vivíamos en la ciudad. Por verte a ti, padre, vine. Nos hablaron de ti, padrecito, nos hablaron. He enterrado a mi hijito, a mi pequeñito; vine a rezarle a Dios. En tres monasterios estuve cuando me dijeron: 'Ve, Nastasiuschka, también
allí', es decir a ti, padrecito, a verte. Vine, estuve anoche en la iglesia y hoy me he llegado hasta ti.
"—¿Por qué lloras?
"—Es por mi hijito, padre, tres añitos tenía menos tres meses; sólo eso le faltaba para cumplirlos. Por mi hijito lloro, padre, por mi hijito. Era el último que me quedaba de cuatro que he tenido con Nikituschka y no tenemos ya más, no los tenemos aunque los deseamos, no los tenemos. A los tres primeros los enterré sin sentirlos mucho, pero a este último le he dado sepultura y no puedo olvidarlo. Parece como si lo tuviera siempre delante, que no me deja. Tengo deshecha el alma. Miro sus cositas, su camisita o sus zapatitos y rompo a llorar." (Los hermanos Karamazovi, parte I, libro II, capítulo III)
He aquí otro ser humano presa de un dolor tal que ningún recurso del entendimiento, de la voluntad o de la imaginación es capaz de mitigar. Mas, lo que resulta verdaderamente admirable en este pasaje es el modo con que el starets trata el asunto, Primero intenta consolar a la madre declarándole que el niño está gozando de la bienaventuranza en el Señor. La mujer no abriga la menor duda de ello, mas su pesar es demasiado hondo, inexorable; lo que le dice el anciano no le aporta consuelo alguno. Entonces comprende el starets que se halla ante un dolor sin remedio y con sosegado continente dice:
"—También así Raquel lloró a sus hijos y no pudo consolarse de su falta, y el mismo destino os está deparado a vosotras las madres en esta tierra. Y no te consueles, no hace falta consolarte; no te consueles y llora, pero cada vez que llores acuérdate asimismo de que tu hijito... es uno de los ángeles de Dios, que desde allí te mira y ve y en tus lágrimas se alegra y se las muestra al Señor Dios. Y largo tiempo habrá de durar todavía éste tu gran llanto maternal; pero al fin se te cambiará en dulce alegría, y tus amargas lágrimas serán lágrimas de alborozo y purificación del corazón, redentoras de pecados." (Los hermanos Karamazovi, parte I, libro II, capítulo III).
La situación en sí misma no se ha modificado en nada puesto que nada podía cambiarse en ella. Sin embargo, esa inmodificable realidad del dolor ha de conducir a Dios y en última instancia a una profunda resignación. He aquí entonces que se operará una mudanza en todo el ser adolorido, una trasformación de esa criatura que, asistida por la gracia, se anegará en el dulce amor de Dios. Y esa trasformación de la dura existencia realizada en virtud de la fuerza del amor de Dios es obra del pueblo creyente.
"—Ve con tu marido, mujer; hoy mismo te irás con él, madre.
"—Me iré, querido, me iré como me lo dices. Me has aligerado el corazón." (Los hermanos Karamázovi, parte I, libro II, capítulo III)
Después de haber atendido a una anciana madrecita que anhelando tener noticias de su hijo ausente había recurrido a prácticas supersticiosas para lograrlas, se presenta ante el starets la más sombría de todas estas figuras.
Tero el starets ya había distinguido entre la turba los dos ardientes ojos, tendidos hacia él, de una campesina al parecer tísica, pero todavía joven. Lo miraba en silencio; con los ojos parecía pedir alguna cosa, pero no se atrevía a acercarse.
"—¿A qué has venido, hija mía?
—Alíviame el alma, padre —dijo ella suave y lentamente cayendo de rodillas y aciendo una reverencia hasta tocar el suelo—. Pequé, padre, y temo a mi pecado.
"El starets se sentó en el peldaño inferior; la mujer se le acercó andando de rodillas.
"—Hace tres años que me quedé viuda —empezó en su susurro y como estremecida—. Pesado se me había hecho el matrimonio: viejo era, me pegaba hasta lastimarme. Luego, se puso malo y cayó en cama; yo pensé: lo cuidaré, pero si se pone bueno y otra vez se levanta, ¿qué va a pasar aquí? Y se me ocurrió entonces esa idea...
"—Espera —dijo el starets, y arrimó su oreja derecha a los labios de la mujer. Ésta continuó su confesión en un murmullo, de suerte que apenas se podía oír nada. Acabó pronto.
"—¿Hace tres años? —preguntó el starets.
"—Tres años. Al principio no pensaba en ello; pero ahora me puse enferma, me entró tristeza." (Los hermanos Karamázovi,parte I, libro II, capítulo III). Una vez más estamos frente a un dolor irremediable. Trátase aquí del tormento de una mujer que en su desesperación se siente culpable. Es sólo un pensamiento, pero en él se encierra el mayor de los suplicios: la terrible convicción de que está condenada. El starets vuelve otra vez a comprenderlo todo con admirable profundidad; comprende que no tiene sentido el pretender librar a esa mujer de sus tormentos, que es inútil pretender librarla del destino a que está encadenada. Toda reflexión que él hiciera a fin de consolarla y poner remedio a su dolor tendría que tender, por fuerza, a librarla de las cadenas de ese destino. Por eso el starets señala el único punto de salida posible, el único medio capaz de trasformar su ser y hacerlo acepto a Dios: el arrepentimiento.
"—Nada temas y nunca temas ni te aflijas, con tal de que no se te pase la contrición... Dios todo lo perdona. Además, no hay pecado tan grande ni puede haberlo en toda la tierra que no se lo perdone Dios al que de veras se arrepiente. Ni puede cometer el hombre pecado tan enorme que apure el infinito amor de Dios. Pero, ¿es que crees sea posible haya un pecado tal que acabe con el amor de Dios? De modo que no pienses más que en dolerte de ello continuamente, pero aparta de ti todo temor. Cree que Dios te ama de un modo que tú misma no puedes imaginarte; a pesar de tu pecado y con tu pecado y todo, te ama. Y por uno que se arrepiente hay más alegría en el cielo que por diez justos; mucho tiempo hace que eso está escrito. Vete pues, y no temas nada. No te enfades con la gente, no te sulfures aunque te ofendan. Con el corazón perdónale al difunto todo aquello en que te ofendió, reconcíliate con él de verdad. Cuando te pesa es que amas y si amas eres ya hija de Dios... Con el amor todo se redime, con el amor todo se salva. Si yo que soy un pecador como tú, me he conmovido y apiadado de ti, ¿qué no hará Dios? El amor es un tesoro inestimable y tanto que con él puede comprarse el mundo entero y no sólo los propios sino los ajenos pecados redimen. Vete pues y no temas.
"Hizo sobre ella por tres veces la señal de la cruz, se quitó del cuello una imagencita y se la puso a ella." (Los hermanos Karamazovi, parte I, libro II, capítulo III).
Conmovedora grandeza es la de este pueblo. Que sea grandeza verdadera y no muda pesadez y torpeza se demuestra por el hecho de que así lo comprenden esos conductores de almas (como el starets Zósima cuya suprema sabiduría y amor son indudables) al guiar al pueblo por semejantes sendas. Son ellas sendas que sin ningún género de ilusiones llevan a aceptar los más duros destinos, a aceptar sin gestos heroicos la ardua realidad. Quien sepa lo que significa la palabra santidad, esto es, una existencia vivida en la fe incondicional, comprenderá que el pueblo concebido por Dostoyevski va camino de la santidad.
Sin embargo, observemos que la naturalidad con que los más sublimes elementos y puntos de vista religiosos informan la estrecha y chata realidad cotidiana, la precisión con que esas criaturas comprenden su sino al echar a andar resueltamente por las sendas que he dicho, sólo son posibles en virtud de la posición del pueblo, que ya he señalado más arriba, respecto al todo. La vida del pueblo está entrelazada de un modo directo con la de la tierra; pero esta inmediatez no ha de entenderse con un sentido naturalista o pagano; tampoco hemos de entenderla en el sentido del idealismo, esto es, que el pueblo constituya un grado primero y elemental de la existencia plenamente humana, una conciencia elemental que sólo a través de la reflexión podría convertirse en espiritualidad auténtica. Esta sería una concepción occidental. Mas Dostoyevski siempre se opuso precisamente a que tal esquema se aplicara a su pueblo. En él trátase más bien de una nueva brecha abierta que, superando toda noción de naturalismo y de devoción pagana, en virtud del concepto de la unión con Jesucristo y de la concepción del ser como voluntad de Dios, conduce a la más profunda relación espiritual con Dios.

Tomado de:

Guardini, R. El universo religioso de Dostoyevski. Ed. Emecé, Bs. As., 1952, ps. 24-30.

sábado, 14 de junio de 2014

Las dos rusias

Rusia es un acertijo 
envuelto en un misterio dentro de un enigma
Winston Churchill
¿Quieren saber el secreto de una buena política?
Hagan un buen tratado con Rusia

Otto von Bismarck
¿Qué es un mundo unipolar?
No importa cómo adornemos al término;
significa un único centro de poder, 
un único centro de fuerza
y un único amo.

Vladimir Putin
Desde el conflicto de Ucrania, y al igual que en la época de la guerra fría, de nuevo tenemos dos Rusias. La primera de ellas es la que muestran los medios y la que surge de varias experiencias históricas concretas vividas durante la época soviética. La segunda, mucho más profunda, es la que surge del arte y del aporte histórico del pueblo ruso.
La primera Rusia es la que trae a la mente el GULAG, las grandes hambrunas artificialmente provocadas para liquidar a los campesinos que no se avenían a la colectivización (y que en Ucrania provocaron el Holodomor), los saqueos y las violaciones de la soldadesca soviética durante la Segunda Guerra Mundial y – no en última instancia – el régimen comunista impuesto por las tropas de ocupación en toda Europa Oriental. Ésa es la Rusia de Lenin, Stalin, Trotzky, Yeshov, Sverdlov, Zinoviev, Kamenev, Beria, Radek, Khrushev, y todo el resto de la nomenklatura bolchevique. 
La segunda Rusia nos habla de Dostoievski, Chejov, Tolstoi, Pushkin, Gorki, Solyenitzin, Tchaikovsky, Rachmaninof, Rimski-Korsakov, Musorgski, Borodin, Prokofiev y tantos otros que llevaría páginas enteras citar. Esta Rusia nos habla de una gran cultura, de almas atormentadas pero profundas; nos transmite dramas, bellezas, esperanzas y una gran espiritualidad.
Después de la caída del Muro de Berlín muchos creyeron que la primera Rusia había desaparecido enterrada bajo los escombros del derrumbe soviético. Durante un tiempo, la ya decadente Rusia soviética de Gorbachov fue suplantada por la Rusia de los cleptócratas de Yeltsin. Pero luego, tras fallar el intento de los viejos comunistas de regresar al poder, apareció poco a poco la figura de Putin.
Y con él apareció también una Rusia diferente. 
Y ahora, al igual que a la Rusia soviética, a la nueva Rusia de Putin parece ser que nadie la quiere.
Quizás no estaría de más repasar lo que el gran Solyentizin escribió sobre su propio pueblo:
"Los rusos no son queridos en Europa [...] pero en el momento en el que el europeo vea que ya respetamos a nuestra propia nación y a nosotros mismos, del mismo modo él también nos respetará. [...] Nos arrancamos nuestra máscara simiesca y volvemos a ser seres libres y no esclavos ni lacayos. [...] Al final resultará que la verdadera idea social la enarbola y la representa precisamente el pueblo ruso. Todo su mundo ideal, toda su intelectualidad, está impregnada de la necesidad de unificar los valores humanos [...] y así se arroja luz sobre qué es la verdadera libertad: el amor mutuo que debe ser demostrado con hechos, con ejemplos vivientes [...] y no con guillotinas; no con millones de cabezas decapitadas."
Así como tampoco convendría olvidar las palabras de Nicolas Berdiaev – quizás el más profundo pensador ruso de la modernidad – cuando señaló que: ". . . la servidumbre es pasividad. La victoria sobre la servidumbre es actividad creativa [...] el hombre se enseñorea sobre el otro porque en la estructura de su conciencia se ha vuelto siervo del ansia de poder. La misma fuerza con la que oprime al otro lo oprime a él mismo. El hombre libre no desea dominar sobre nadie."
Los rusos sorprenden. Incluso en las situaciones más dramáticas. Cuentan que durante la Revolución Húngara de 1956, cuando las fuerzas soviéticas invadieron el país para aplastar a la rebelión, frente al tanque ruso que se desplazaba por la calle una anciana se decide a cruzar tratando de llegar a su casa antes de que empiezen los disparos. El tanque poco menos que frena en seco, de repente se abre la escotilla y en un mal húngaro un sonriente soldado ruso le grita a la anciana:
– ¡Vamos babushka! ¡Apúrese! ¡Apúrese!
Y caballerosamente espera a que la anciana llegue al otro lado. Logrado lo cual la escotilla se cierra, la torreta gira y de varios certeros disparos una de las casas de la vereda de enfrente queda hecha escombros. Una casa en donde, luego del colapso de los cuatro pisos, quizás mueren diez babushkas que se hallaban temblando de miedo en el sótano del edificio.
Sí; a veces también son así. Es difícil comprenderlos en ocasiones. Pero al menos habría que tratar de hacerlo con sinceridad y no desde la infernal hipocresía imperante que primero provoca sublevaciones armadas y luego acusa de terroristas a quienes se oponen a una "democracia" impuesta a los balazos por un consorcio de bancos. 
Ahora, cuando centenares de miles de rusos empiezan a sentirse orgullosamente miembros de la milenaria Madre Rusia, cuando sienten que pertenecen a ella y quieren pertenecerle; ahora que una gran nación – que lleva sobre la espalda enormes sufrimientos y una tremenda Historia – por fin no quiere imponerse a los demás enarbolando una ideología abstracta e inviable sino que aparece decidida a defender sus propios intereses concretos; ahora es cuando deberíamos prestarle atención a los rusos. Mucha atención.
Porque así como los argentinos no son los hijos de Cristina Fernández, ni son el pueblo de Hebe de Bonafini, de López Rega, de Carlos Menem o de Néstor Kirchner, sino los descendientes de San Martín, de Rosas, de Facundo Quiroga, de los grandes caudillos y de los combatientes que yacen enterrados en la turba de Malvinas, del mismo modo los rusos no son el pueblo de Lenin, Stalin y Trozky sino el pueblo del Rus de Kiev, de Ivan III , de Pedro el Grande y de Alejandro I. 
Y lo son quizás en primer lugar, antes que nada, y a pesar de todo.
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