domingo, 29 de noviembre de 2015

¿Se equivocó León XIII? (y 2)


Nos parece que León XIII se equivocó en el caso de Francia al  imponer a los católicos un combate legislativo que suprimía la oposición régimen republicano. También, que la política del ralliement fue un rotundo fracaso porque los diferentes gobiernos mantuvieron e incrementaron su hostilidad hacia la Iglesia y porque no se logró la deseada unión de los católicos, sino que se agudizó la división entre ellos.
Se podría objetar que sin el ralliement las cosas hubieran sido iguales o peores; que el papa no tuvo otra alternativa, etc. Se nos ocurre como respuesta que –tal vez- hubiera podido dejar la cuestión en manos de los laicos sin hacer juicios prudenciales y tomar decisiones políticas invasivas de lo puramente temporal, y por ende, ajenas al poder indirecto de la Iglesia.
Dicho lo anterior, cabe hacer algunas observaciones, que no son críticas al artículo de Gambra, sino fruto de conversaciones con amigos y algunas lecturas fragmentarias:
- Distinguir lo doctrinal de lo prudencial en León XIII. Las consecuencias del disenso. Un desacierto en lo prudencial para un caso no prueba –por sí mismo- que el error se repitiera en otros casos semejantes, pocos o muchos, y tampoco demuestra la existencia de errores en lo doctrinal. Hay que analizar cada situación particular y dar las pruebas antes de concluir precipitadamente.
En esta bitácora hemos criticado la hipertrofia magisterialista ultramontana. Pero no se puede perder de vista que León XIII formuló un corpus doctrinal en materia política en varios documentos dirigidos a la Iglesia universal. Ese corpus en parte es definitivo, y no por estar en el Denzinger, como se dice por ahí, sino porque se deriva de la revelación (Rom. 13, 1; 1 Petr. 2, 13-17; etc.). Y también en parte contiene enseñanzas que cuentan a su favor con el peso de la reiteración secular aunque no conste de modo manifiesto su definitividad. Nótese que este último punto es la base de uno de los argumentos centrales de la crítica de Mons. Lefebvre al Vaticano II: el peso de la reiteración secular frente a unas novedades que lucen heterogéneas. También el magisterio político leonino es un hito de singular importancia en una prolongada secuencia magisterial en materia política.
Si hay enseñanzas de León XIII que son reveladas, o secularmente reiteradas, no se las puede tomar a la ligera, por más que sean de un papa que se equivocó en el ralliement¿Se propone una relativización del magisterio político leonino, como la que hiciera en su tiempo J.C. Murray, aunque con otro sesgo político? En tal caso, se debe tener consciencia de las consecuencias de este disenso. 
- Francocentrismo. Francia fue conocida como hija primogénita de la Iglesia. Pero el francocentrismo sería una actitud semejante a la de los norteamericanos, contra la cual previno León XIII en Longincua oceani. Parafraseando al papa: se evitará creer erróneamente, como alguno podría hacerlo, que el modelo ideal de actuación política de los católicos hubiera de buscarse en el ralliement o en el contra-modelo de los monárquicos de Francia.
En cuestiones prudenciales no se puede presentar como principio inalterable una realidad histórica. Hay una unidad radical de los cristianos en el campo de los principios y también una legítima pluralidad de opciones temporales (siempre dentro de los límites que el derecho natural y la doctrina católica). Una solución conveniente para Francia puede ser inconveniente para Inglaterra o Japón.
- El contraste con Pío IX. A veces se encuentra el siguiente tópico: Pío IX se opuso tenazmente a cualquier forma de liberalismo católico, mientras que León XIII lo favoreció, no doctrinalmente, pero sí mediante el ralliement y otras medidas semejantes. Para llegar a esta conclusión, se necesitaría ignorar dichos y hechos de Pío IX. R. Aubert ha estudiado exhaustivamente la relación de Pío IX con el obispo Dupanloup a través de la correspondencia. El resultado de sus investigaciones puede caer a algunos como balde de agua helada: el papa Mastai Ferretti alentó de diversas maneras a Dupanloup, y a su catolicismo liberal de conveniencia, fundado en la distinción tesis-hipótesis, distinto del catolicismo liberal de convicción, como tesis de validez universal. Todo esto está ampliamente documentado desde hace décadas. Recordemos, además, el breve laudatorio del influyente comentario del Syllabus que hiciera el obispo de Orleans.
- Historia contrafactual. La historia contrafactual, historia alterna o historia virtual es el resultado de un ejercicio mental que responde a la pregunta “¿qué hubiera pasado si...?”. Se considera que un hecho fue causa determinante en un proceso histórico y se especula sobre lo que hubiera sucedido suprimiendo o modificando esa causa determinante. Por ejemplo, ¿qué hubiera pasado si León XIII no hubiera impuesto el ralliement? Aunque la premisa sea plausible, lo cierto es que la historia alterna es eminentemente conjetural, pues la libertad humana es un factor permanente de contingencia, que pone límites a cualquier intento determinista. Lo conjetural se ve potenciado cuando el ejercicio contrafactual se aplica a la historia de la Iglesia. La Providencia tiene designios muchas veces misteriosos, la gracia de Dios está garantizada a las personas en lo necesario para su salvación, pero no para el éxito político, y por efecto del pecado no existe correspondencia automática a la gracia.
- Institucionalismo determinista. Hay un debate en el seno del pensamiento social católico entre institucionalistas y culturalistas, que a veces termina en una contraposición un tanto artificiosa. El cristianismo está llamado a informar las instituciones políticas; es importante contar con un Estado y un Derecho cristianos, pues “de la forma dada a la sociedad conforme o no a las leyes divinas, depende y se insinúa también el bien o el mal en las almas” (Pío XII). Pero las instituciones cristianas han de ser expresión y fruto de una cultura cristiana, de un catolicismo social profundamente arraigado en la vida cotidiana de las naciones.
La Iglesia es indefectible por una promesa de Cristo (Mt. 16,18). Las cristiandades, en cambio, no lo son. No hay Estado y Derecho cristianos capaces de soportar por largo tiempo la descristianización de la sociedad que rigen. Más temprano que tarde, habrá formas vacías de contenido, cáscaras y apariencias, que se derrumbarán como un castillo de naipes. Si el modelo del ralliement fue un fracaso, nadie puede asegurar que otro modelo no hubiera tenido el mismo resultado, por efecto de la profunda descristianización de la sociedad. 

viernes, 27 de noviembre de 2015

ELECCIONES 2015 (comentarios a un texto de José Antonio)






Decíamos en otra entrada que esta bitácora no es expresión del «nacionalismo católico argentino». Pero el Dr. Augusto Padilla sí se reconoce como tal. Reproducimos una entrada de su blog A la derecha.  
ELECCIONES 2015 (comentarios a un texto de José Antonio)
En poco tiempo más se conocerá el nombre del futuro presidente. Por supuesto que ninguno de los dos es de mi agrado, pero no me voy a enojar con quienes voten a Macri, no tanto por sus promesas, sino cansados del mefítico kirchnerismo, como lo estamos todos. Sí espero que muchos de quienes lo hagan tengan presente de que estaremos frente a una etapa light de la revolución cultural propugnada por Gramsci y la Escuela de Frankfurt. Y me dirijo especialmente a nuestros presos que eventualmente recuperen la libertad, después de sus indecibles sufrimientos. Hay que seguir luchando contra la subversión, queridos amigos, porque a ustedes y a nosotros no nos queda otra, manteniendo la “aptitud de combate”.
Y a propósito de estas elecciones, es “justo y necesario” evocar a un joven héroe español, tan cercano a nuestros afectos: José Antonio Primo de Rivera. Nada mejor entonces que recordar algunos párrafos de su discurso del 29 de octubre de 1933, en el Teatro de la Comedia de Madrid, cuando presentó su candidatura a diputado por Cádiz por la Unión Monárquica, un frente de las derechas.
En su encendido discurso, que se considera como el primer paso para la constitución de la Falange, el joven abogado planteó con galanura una nueva y generosa visión de la política:
“En un movimiento poético, nosotros levantaremos este fervoroso afán de España; nosotros nos sacrificaremos; nosotros renunciaremos, y de nosotros será el triunfo, triunfo que ¿para qué os lo voy a decir? no vamos a lograr en las elecciones próximas.
En estas elecciones votad lo que os parezca menos malo. Pero no saldrá de ahí vuestra España, ni está ahí nuestro marco. Esa es una atmósfera turbia, ya cansada, como de taberna al final de una noche crapulosa. No está ahí nuestro sitio. Yo creo, sí, que soy candidato; pero lo soy sin fe y sin respeto. Y esto lo digo ahora, cuando ello puede hacer que se me retraigan todos los votos. No me importa nada. Nosotros no vamos a ir a disputar a los habituales los restos desabridos de un banquete sucio. Nuestro sitio está fuera, aunque tal vez transitemos, de paso, por el otro. Nuestro sitio está al aire libre, bajo la noche clara, arma al brazo, y en lo alto, las estrellas, Que sigan los demás con sus festines. Nosotros fuera, en vigilancia tensa, fervorosa y segura, ya presentimos el amanecer en la alegría de nuestras entrañas”.
Como se ve, José Antonio no le hacía ascos a soportar “una atmósfera turbia” de “una noche crapulosa”, porque su sitio no estaba ahí. Y tampoco lo escandalizaba el hecho de votar, a pesar de que algunos cátaros nuestros se rasguen las vestiduras, un tanto farisaicamente.
Si el nacionalismo quiere sobrevivir, deberá animarse también a respirar los malos aires de noches crapulosas, pero firmemente decidido a estar solamente de paso y a resistir la tentación de permanecer “en la taberna”. No será fácil, ni mucho menos, pero entiendo que,con la ayuda de Dios, vale la pena abordar la empresa.
Comentarios del Francotirador
1) Traigo a colación el ilustre ejemplo del entrañable José Antonio para que el nacionalismo se anime a organizarse y actuar políticamente, no limitándose a la mera literatura, quedando perdido entre las palabras.
2) Conozco de memoria las objeciones de los puros y de los dogmáticos: quedémonos en nuestra espléndida y cómoda torre de marfil, profiriendo improperios desde las alturas, porque mezclarse entre los politicastros es poco menos que un pecado mortal, ya que la democracia es perversa en sí misma. Idem con la participación en las elecciones.(Más allá de las componendas y traiciones de sus actuales dirigentes, el Frente Nacional de Francia ha logrado imponer una “agenda pública” mínimamente razonable y conveniente para los intereses nacionales, que no parece fácil de modificar).
Agrego que participé en la fallida experiencia del MODIN, lo que me nunca me desalentó. Más bien al contrario: me dejó convencido de que es absolutamente posible intervenir con cierto éxito, aun en el plano electoral.
Lamentablemente la patriada no pudo ser, por la defección de Aldo Rico y la renuencia de muchos nacionalistas a “embarrarse”. Pero nadie “quitará lo bailado” y si no que lo digan los queridos hermanos Hugo y Fernando Esteva.
3) Aclaro que no soy democratista, ni mucho menos. Simplemente propongo un modesto curso de acción no escrituraria, con el propósito de que el nacionalismo tenga presencia pública. Hacerlo con sensatez y continuidad, sería un aporte invalorable para los argentinos del mañana. Doy por sentado entonces la bondad intrínseca del nacionalismo y la necesidad de difundirla en todos los niveles.
Puntualizo que es una herramienta y nada más. Si no sirve, habrá que usar otra.
4) Naturalmente, habrá que reunirse-no más en capillas-y considerar los diversos modos de acción posibles, adecuándose prudentemente al marco local(provincial, municipal, barrial, etc.).El tiempo dirá cuál es la forma de la futura organización. Por ahora podría ser un movimiento destinado a influir sobre los ciudadanos para que sepan que hay otras banderas políticas que levantar, apuntando a las inteligencias y a los corazones de muchos compatriotas que hoy no se sienten interpretados y menos representados por nadie.
5) La tarea debería comenzar en niveles modestos, pero con un objetivo claro: conseguir aunque sea que una barriada pobre tenga cloacas, iluminación eléctrica o calefacción en la escuela. Después se verán los otros pasos a dar(v.g. plantear la necesidad de que los padres sean los educadores primarios de sus hijos y someter a ellos los planes de estudio, sobre todo en las materias morales y humanísticas)
6) En definitiva, se trata de hacer apostolado político a largo, muy largo plazo. Pero algún día hay que empezar a difundir la verdad –con minúscula, claro está-del nacionalismo, mero reflejo, en todo caso, de la otra y única Verdad.
Por cierto que se debe tener presente la advertencia de Castellani Magno, que no dudó en candidatearse como diputado nacional: “el error del nacionalismo es poner los ojos en el Poder a corto plazo en vez de ponerlos en la Verdad a largo alcance”.
7) Y después de estos comentarios a vuelapluma, quedo nomás a la espera del “fuego amigo”, que naturalmente será bien recibido.
Fuente:

martes, 24 de noviembre de 2015

¿Se equivocó León XIII? (1)

Muchos católicos tradicionales comparten una crítica al ralliement impulsado por León XIII. Andrés Gambra publicó en 1981 (aquí, v. ps. 222-259) un notable estudio que contiene las ideas centrales de los desaciertos del pontífice en la política de apaciguamiento. Trataremos de sintetizarla muy apretadamente en esta entrada. En otra, haremos algunas observaciones.
¿Qué fue el ralliement?
León XIII estaba convencido de esta secuencia de identidades: debilidad del catolicismo francés = tradición monárquica = oposición sistemática a la república = política laicista del gobierno. Dicho de otro modo, que el laicismo intolerante del gobierno republicano era una reacción frente al monarquismo de los católicos franceses.
Tomó, pues, una decisión: imponer a los católicos franceses la adhesión al régimen republicano e instarles a la unidad de acción contra las leyes inaceptables.
“El ralliement a la Tercera República que León XIII impuso a los católicos franceses a partir de 1892, en contra de la opinión generalizada entre ellos, que era la de perseverar en una actitud de mero acatamiento formal y activa oposición política hacia el régimen republicano, en el que veían un enemigo sistemático de su religión y de lo que ellos entendían que era la tradición francesa…
El ralliement señaló en Francia el final de la vigorosa oposición monárquica y el afianzamiento definitivo del régimen republicano, es decir, de un sistema de gobierno que en el caso francés respondía a unas coordenadas políticas e ideológicas bien determinadas, con una tradición que hundía sus raíces en la magna conmoción revolucionaria de 1789; una república que, a través de una legislación laicista a ultranza, sabiamente orquestada y aplicada, fue capaz en un lapso de tiempo breve de transformar en profundidad las coordenadas mentales de la población francesa, aún fundamentalmente católicas en las postrimerías del siglo XIX.”
Doctrina política y aplicación prudencial.
Gambra destaca el valor del corpus doctrinal leonino:
“León XIII. El cardenal Pecci ocupó el trono pontificio en 1878, a la muerte de Pío IX. Su figura –admirable por tantos conceptos- ofrece, a los ojos del historiador, un perfil enigmático, con contradicciones difíciles de resolver entre lo que fue su importantísima labor doctrinal y su discutible acción diplomática y política. En el terreno doctrinal mantuvo y completó la trayectoria de sus predecesores. El corpus politicum leoninum consta de encíclicas numerosas que constituyen un compendio espléndido de doctrina política cristiana -el más importante en la historia del pontificado- y una summa de verdades contrarias al liberalismo y a la religión democrática.”
Pero cuestiona la aplicación prudencial de la doctrina al caso francés: imponer a los católicos un combate legislativo que no suponga oposición régimen republicano constituido.
El fracaso del ralliement.
La Tercera República fue una muy eficaz empresa empresa descristianizadora de la sociedad francesa. Un programa anticatólico bajo la etiqueta hábil de anticlericalismo. La gran mayoría de los católicos sinceros, e interesados seriamente en la perduración de la civilización católica en Francia, eran monárquicos o, al menos, desafectos al régimen republicano cuyo espíritu anticatólico conocían bien. El ralliement contribuyó eficazmente 
-      al debilitamiento de la oposición política de los católicos en Francia y al auge paralelo del catolicismo de izquierdas,
-         a la prosecución  de la política laicista de los gobiernos de la Tercera República.
Además, la situación de los católicos en la Tercera República, que nunca había sido muy boyante, empeoró considerablemente después del ralliement.
En este ámbito -el de la acción y la unidad de los católicos-, que era prioritario en las preocupaciones de León XIII, el ralliement no hizo otra cosa que agravar hasta el desastre una situación que antes no era buena, desde luego, pero tampoco desesperada. En su conjunto los católicos franceses, en su mayoría monárquicos o filomonárquicos antes del ralliement, se dividieron en dos bandos irreconciliables. Un bando estuvo integrado por aquellos que, fuesen o no católicos liberales, que de todo había, aceptaron las consignas pontificias, se hicieron republicanos y emprendieron, con la falta de decisión que luego veremos, el combate legislativo que propugnaba León XIII. El otro grupo fue el de los «refractarios», que se negaron a aceptar –sin por ello renunciar al parlamento y a la acción legislativa y política- las consignas papales, argumentando que suponían una injerencia, contraria a las tradiciones del Vaticano, en una cuestión de régimen y oportunidad política que no era de su competencia. Como es fácil de suponer, la situación del grupo monárquico se hizo muy difícil porque la encíclica Au milieu los había descalificado ante la opinión pública y a los ojos de muchos católicos sencillos, fieles por principio a las recomendaciones del Papa. Surgió, en expresión que recoge Havard de la Montagne, el «pecado de monarquía», que fue fustigado por los republicanos de siempre y por los propios ralliés que llegaron, en varias ocasiones, a apoyar en las cámaras al gobierno mejor que a sus correligionarios monárquicos. Entre unos y otros «ralliés» y «refractarios»-- se entabló una polémica agria y perniciosa que debilitó a la derecha católica con resultados electorales desastrosos. En 1889 los diputados católicos eran todavía 210; en 1893 quedaban menos de 100, divididos entre sí. En los años siguientes las cosas siguieron empeorando hasta reducir a muy poco -y aun este poco ineficaz como mero símbolo - a la oposición católica de las cámaras.
El costo del ralliement fue, así pues, muy elevado. Y la Iglesia de Francia no recibió nada a cambio de los republicanos. Los propios jefes del ralliement fueron puestos en cuarentena en las elecciones de 1893, y no obtuvieron escaños. Fracasaron porque su programa reivindicativo -que era mínimo- fue rechazado por los republicanos de siempre. La política y la legislación laicistas siguieron su curso inexorable para culminar, a principios del siglo XX, a partir de 1902 sobre todo, cuando el radical Combes ocupó la jefatura del gobierno. No vatnos a entrat tampoco ahora en detalles sobre el desarrollo práctico de esta etapa postrera del radicalismo antieclesiástico de la Tercera República
El error de León XIII.
La encíclica Au milieu, con ortodoxa y cuidada doctrina, buscaba unos objetivos que eran, en principio, laudabilísimos. Pero León XIII se equivocó. Se equivocó al considerar que la hostilidad de los republicanos hacia la Iglesia era, en gran parte, fruto de una reacción contra la inspiración monárquica del catolicismo francés y no de causas más profundas. No se percató de que los republicanos aborrecían a la monarquía sobre todo porque veían en ella la salvaguarda de las tradiciones religiosas y morales de Francia que ellos, inspirados en una cosmovisión antagónica a la del cristianismo, pretendían desarraigar. León XIII se equivocó -o al menos dijo mucho más de lo que era prudente afirmar taxativamente- cuando descartó una oposición que no pasase por el aro de la adhesión a un régimen que estaba, por su espíritu profundo, lejos de ser legítimo.
Al pedir a los católicos que se adhiriesen a la Tercera República, León XIII exigió de ellos la adopción de una postura ambigua -acatamiento leal a un régimen cuya obra y espíritu debían ser objeto de repulsa- que a nadie, o a muy pocos, podía entusiasmar. Lo que ocurrió era predecible: la resistencia frente a la República se vino abajo. León XIII quiso encauzar en un solo chorro los manantiales de resistencia católica y lo único que logró fue secarlos.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Blowback

Los neoconservadores (políticos) se indignan cuando algunos afirman que el intervencionismo militar norteamericano, pasado y presente, es factor de hostilidad en el mundo musulmán, facilita el reclutamiento de terroristas por parte de organizaciones como Al Qaeda o Isis, y puede contribuir a la comisión de atentados en las naciones de Occidente. La palabra “blowback” (tiro por la culata), acuñada por la CIA para uso interno, ahora es bastante común en el campo relaciones internacionales. Se refiere a las repercusiones no buscadas de políticas clandestinas por lo general, que no son de público conocimiento. El “blowback” es uno de los factores del terrorismo. Hacerlo explícito no implica, como es lógico, justificar o excusar a unos asesinos salvajes.

Financiamiento opaco o Blowback
¿Cómo es que una organización como EI [Estado Islámico], que reniega de la modernidad y sus avances de todo tipo, puede llegar a tener los alcances presentes? En este punto se abre una tangente que suele ser ocultada por gran parte de los medios de información masivos. El Estado Islámico de Iraq y Siria no se trata de un grupo que tomó por sorpresa a EEUU y sus aliados en la región. Se trata de una realidad mucho más compleja que esa visión naive.
El ascenso relámpago del EI, en gran parte, es la consecuencia de una estrategia con largo historial sostenida por Estados Unidos y sus aliados en la región (las monarquías salafistas árabes) que consiste en financiar secretamente grupos de este tipo para desestabilizar gobiernos que no están alineados con las pretensiones del establishment económico y militar estadounidense ni de sus socios sobre recursos naturales tan preciados y rentables como el petróleo o el gas.
Esta política de “dividir para reinar” ha proliferado en la región del medio oriente y el Magreb durante el desarrollo de la llamada “primavera árabe”, EEUU, a través de la OTAN, así como las monarquías de Arabia Saudita y Qatar y el Estado turco se han servido de la región como un tablero de ajedrez, provocando injerencias continuas en los sucesivos estallidos sociales que han tenido lugar en Egipto, Libia, Siria. Iraq, por supuesto, no ha sido ninguna excepción. La intervención ha sido indirecta por medio financiamiento a grupos de fundamentalistas yihadistas a través de petrodólares. Entre esos grupos se encuentra el EI.  (4)
Las monarquías como Arabia Saudita y Qatar son fundamentales en este esquema. Llevando a cabo un juego de doble rasero que los beneficia. Exportan fanáticos a otros países para que no causen problemas en casa. Estos difunden su visión yihadista, compatible con el salafismo institucionalizado de esas naciones absolutistas, en países de la región donde no predomina esa postura. Así como también los financia a través de dinero, recursos y armas. (5)
Lo que sucede con esta dinámica es que, durante la última década ha escapado del control estadounidense. Estos grupos utilizan el financiamiento mencionado para sus propios planes de reducir la influencia estadounidense y occidental en la región, aunque sin tocar a sus mentores monárquicos. Ya sucedió con Al-Qaeda, ahora sucede con EI. Que rompió las alianzas mantenidas con gran parte del arco de grupos fundamentalistas a causa de divisiones que responden a las ambivalentes relaciones entre Arabia Saudita y Qatar. Quienes siguen sus propios juegos de poder en la región. La actual postura en contra de los saudíes hacia el Estado Islámico es una señal elocuente de que este grupo es financiado en forma opaca por la monarquía qatarí.
El Gobierno de EEUU, luego de mantener una postura pasiva de apoyo indirecto a los grupos fundamentalistas que tomaron el poder en Libia y la resistencia en Siria, ha enviado fuerzas militares nuevamente a Iraq ante la avanzada del Estado Islámico de Iraq y Siria sobre recursos estratégicos que amenazan intereses estadounidenses en ese país.
Visto en:

martes, 17 de noviembre de 2015

Derecho a réplica

Esta bitácora no es expresión del «nacionalismo católico argentino». Razón por la cual no nos preocupa si nuestra «línea editorial» está dentro o fuera de los cánones de «pureza doctrinal» de dicho movimiento político-cultural. Opinamos, según nuestro leal saber y entender, desde una posición «independiente».
Cuando se trata de la «ortodoxia católica» procuramos ser fieles a la Tradición. Conscientes de nuestra falibilidad tratamos de fundar cuidadosamente las opiniones que tocan directamente la doctrina católica. Y esa doctrina es secular, clara y segura. La hemos expresado en entradas precedentes; se la encuentra en una inagotable bibliografía de referencia; por lo que no vamos a saturar el blog con cientos de páginas que los interesados podrán leer por su cuenta.
En lo que respecta a la moralidad de la participación política en las presentes circunstancias, seguimos la doctrina católica tradicional y defendemos la «libertad de las conciencias» (no confundir con «libertad de conciencia») verdaderas de obrar conforme a la recta ratio. Y por ello no aceptamos como vinculante para las conciencias cristianas ninguna forma de rigorismo moral, por buenas que sean las intenciones de sus sostenedores. Dejando intactos los principios ya explicamos que en materia electoral puede haber diversas opciones prudenciales.
El Dr. Antonio Caponnetto se ha sentido aludido por algunas entradas de nuestra bitácora y por un comentario de la Redacción. Ha remitido el escrito que transcribimos a continuación para que pueda ejercitar su derecho a réplica. Disentimos de su contenido pero no vamos a agregar nada más a lo dicho. Sólo nos resta aclarar que cuando en algún comentario hablamos de autoridad, nos referimos a ella en sentido doctrinal, como autoridad docente, sea para formular principios morales o emitir juicios morales, y de ninguna manera cuestionar la conducta de nadie en particular.

 FRENTE AL 22-N
Por Antonio Caponnetto

"No participamos de la opinión de los que pretenden bastardear el Nacionalismo poniéndolo en el plano de un simple partido político para entrar en la puja de menudos intereses electoralistas. No creemos que sean las de hoy las condiciones propicias para la resolución de los grandes problemas que afectan al país, por la vía electoral y menos pretender que esa sea hoy una salida honrosa para el ideal que sustentamos. Mediatizar lo que es de Dios y de la Patria al juego a la baja de unas elecciones, a la decisión de una mayoría circunstancial que se deja arrastrar por el canto de sirena de quien demagógicamente más le promete, nos parece una verdadera aberración. Nos parece una aberración a la que siempre rechazó de plano el Nacionalismo [...].Sólo hay una cosa que hay que levantar fundamentalmente en Occidente como verdadera tabla de salvación: la Cruz. A ella nos aferramos" (Jordán Bruno Genta, Hay un solo Nacionalismo, en Combate, Buenos Aires, Año II, 1957).
 Un doliente hartazgo
 Algunos pocos y benévolos amigos me han pedido cierta orientación u opinión ante los próximos comicios.
Explico primero el porqué del doloroso hartazgo frente al tema, y luego intentaré expedirme para que no se me acuse de evasivo.
Nadie está obligado a leerme, ni he perdido el juicio como para tenerme por consultor obligado.Pero si no se me lee, nadie tiene tampoco derecho alguno a criticar lo que pienso. Sencillamente porque no conocen lo que pienso. O lo conocen del peor modo: fragmentariamente, y de mentas; cuando no cargados de elementales apriorismos. Hasta ahora, parecía ser ésta la funesta especialidad de las izquierdas. Pero resulta queel contagio ha llegado a la propia tropa. A la muy cercana.
Nadie está obligado a leerme,reitero. Pero tampoco pesa sobre mí el deber de volver a escribir los mismos libros cada vez que una circunstancia determinada pone sobre el tapete el tema central de esos libros ya escritos. Un traumatólogo no escribe sobre los riesgos de las fracturas expuestas cada vez que alguien se rompe un codo.
Llevo publicados dos volúmenes densos y pormenorizantes sobre la perversión democrática, y está en curso un tercero, del mismo tenor. El número de escritos referidos al punto –aunque en rigor, a cuestiones colaterales y anejas al mismo- podría casi multiplicarse, si contara, no sin razones, dos tomos previos, aparecidos en el año 2000, antologizando textos que publicara en Cabildo durante veinte años.
Por más modesto que quiera ser al respecto,no encuentro el modo de omitir que he procurado ser detallista, exhaustivo y meticuloso en mis argumentaciones contra el horribilísimo e insalvable sistema político que nos domina, así como sobre la nocividad moral en que incurre quien lo convalida o avala en vez de procurar su destrucción. Ergo, dable sería esperar la misma actitud analítica en quienes no comparten mi postura.
Lamentablemente no suele suceder así. Y cualquier opinante anónimo de un blog, verbigracia, se cree facultado para descalificar mi tesitura. O peor dicho:lo que suponen, sin leerme de modo íntegro, que es mi tesitura. Las presiones para que me rinda y siente cabeza de católico que “no dogmatiza lo prudencial”, ni tiene “conciencia escrupulosa”, ni “vea pecado donde no lo hay”, se multiplican en vísperas de cada elección, con argumentos cada vez más insólitos. Últimamente, el de acusarme de donatista, platónico, kantiano, rigorista, fariseo, provocador o desafectado de los hipotéticos beneficios que les traería a los militares presos el triunfo de esa porciúncula más del estiércol que responde a la sigla PRO.
Ninguno quiere dejar en paz a quien, simplemente, -¡vaya pretensión!- procura dar testimonio de coherencia en soledad. A quien no quiere ser útil al sistema, ni incurrir en el activismo partidocrático, ni vivir pendiente de los requerimientos de un modelo corrupto, ni pagar tributo a la corrección política, ni estar desatento al regreso de Jesucristo antes que atento a la huida de los kirchner, minusculando a sabiendas el nauseabundo gentilicio.
Una voluntad tácita de castigarlo y doblegarlo se pone en marcha ante el disidente. El rigorismo de los demócratas es cada vez más circundante y opresivo. No quemar incienso al sufragio universal está penado por la ley y queda el réprobo sometido a figurar en la lista estatal de infractores, oblando su multa. Sin embargo, no es éste el maldito rigorismo que dispara siquiera una línea de condena, sino el nuestro, por no querer sumarnos a la inmoralidad cuantofrénica.
Los ciudadanos de la democracia están divididos entre los integrados mansamente al llamamiento electoral, que deben tenerse por puros y limpios; y los impuros y sucios que, contrario sensu, desacatan el imperativo de hacer una genuflexión doble ante cada urna. Sin embargo, insistimos, no es a esta demasía a la que se la compara con la casuística de purezas e impurezas del judaísmo, sino a nuestra actitud de no querer contaminarnos éticamente haciendo la fila para rifar a la patria con cada boleta asquerosa.
En esa ofensiva contra el disidente,lo subrayamos, cualquier argumento es válido. Hasta el de compararnos con los circunceliones del siglo IV. Bandidos desaforados y heréticos, claro; éso seríamos. Como los brigantes franceses, los bandoleros de la Cristiada, los forajidos resistentes al castrismo, o más criolla la cosa: como el Chacho Peñaloza, conductor de los últimos “bárbaros”, al que con el mencionado mote de bandido insultó su verdugo antes de matarlo.
Imposible no recordar en dos trazos lo que me sucediera en una de las primeras defensas catedralicias, en Buenos Aires. Tras soportar en desigualdad de condiciones largas horas de blasfemias, sacrilegios y obscenidades, aproveché un segundo de silenciamiento de las hordas para vivar a Cristo Rey. Sólo ese grito, lo juro. Sucedió entonces que un señor de civil, muy atildado y correcto, a quien hasta entonces no había visto, se me acercó e -identificándose como comisario en operaciones en el susodicho vejamen- me dijo textualmente: “si usted vuelve a provocarlos, no me deja otra alternativa más que detenerlo”. El infeliz no había leído a San Agustín ni a Baronio. Nada sabía de Makide o Faser, los renombrados caudillejos de los circunceliones. Pero algo había aprendido del mundo y para el mundo: el provocador era yo.Tristísima cosa que así piense, no ya un ignoto y exculpable esbirro del Estado, sino un haz de católicos a quienes tengo por buenos[1].
Desahogo formulado, enunciemos lo esencial.
Brevísimas consignas
I.-Independientemente de la inacabable disputatio sobre el mal menor, el domingo 22 de noviembre no hay ningún mal menor que elegir.Es uno solo, enorme,  abisal e inmenso el mal; y le daré los nombres que tiene a riesgo de seguir siendo incomprendido. Ese mal se llama Democracia, Revolución,Modernidad, Inmanentismo. Con cualquiera de estos apelativos, y mucho más con todos ellos juntos, puede sentirse denominado el Anticristo.
Macri, Scioli, Zannini o Michetti no son los nombres del mal. Apenas si apodos circunstanciales, efímeros, intercambiables y con caducidad a mediano plazo. Si no se entiende la naturaleza y la hondura del mal que enfrentamos, nos tranquilizaremos creyendo que ejercemos la vindicta sobre los marxistas porque votamos a los liberales. Para entenderlo,no lean Cabildo, que es nazi. Pero Los endemoniados de Dostoievsky no puede dejar de leerse. Y allí, no sólo está retratado el carácter preternatural del mal que tenemos delante, sino el error que cometemos al desconocer la circularidad viciosa de sus progenitores y de su prole.
Mientras redactamos estas líneas, Macri ha dado a conocer la nómina de los centenares de “artistas, científicos e intelectuales” que le darán su voto. Ante la vista del horrísono listado es imposible mantener en pie la idea de que “aquí y ahora[Macri] es lo menos pésimo, porque nos libera aunque sea temporalmente del totalitarismo culturalmente marxista que soportamos”[2]. La contracultura marxista salta de contento con estos personajes, que conciben la política como un “resolver los problemas de la gente”; esto es, con ofrecerles bienestar y paraisos terrenales.¿Hay algo más sutilmente  próximo al materialismo marxista?
Asimismo, y ante la vista de los antecedentes pasados y de las conductas presentes de quienes integran la coyunda CAMBIEMOS, es inviable alimentar cualquier optimismo respecto de una reparación histórica sobre la situación de los soldados en cautiverio. Esto supuesto que el fin justificara los medios y que el bien privado esté por encima del bien común. Y que,entonces, para conseguirle a un amigo militar la prisión domiciliaria habría que darle nuestro voto a un hideputa anaranjado o amarillo.
II.-Votar tiene varias acepciones en el lenguaje político, aún en el clásico. Y hay votaciones que poseen su licitud y hasta su conveniencia. Pero votar bajo las especies del sufragio universal,la soberanía del pueblo,el monopolio de la representatividad partidocrática y la tutela del constitucionalismo moderno, es “la mentira universal”. Sumarse a esa mentira es conculcar el Octavo Mandamiento.
Como en el caso de la unión co-generadora entre liberales y marxistas o del mal menor, lo que acabamos de decir sobre la calificación moral del sufragio universal, no es una ocurrencia solitaria nuestra (suponiendo que de serlo deberíamos estar forzosamente equivocados). Hemos documentado con minucia la existencia de una sólida y larguísima docencia cristiana y aún no cristiana condenatoria de la inmoralidad numerolátrica. En mis escritos sobre el tema, no he apelado a mi autoridad para sostener esta premisa,que tanto parece molestar, sino a la de una frondosísima catalogación de autores, católicos o no, pontífices o súbditos, contestes en el álgido punto.
Se me objeta llamar pecado al sufragio universal porque “la Iglesiano enseña tal cosa desde el siglo XIX hasta el presente”[3]. Además de no ser correcta esta aseveración, la perspectiva democrática, como se ve, la forma mentis cuantitativista, ha invadido aún las propias filas de bautizados fieles y lúcidos. Y hasta los buenos católicos, para saber qué es pecado y qué no, deberán acudir ahora  al siglómetro. Como ese traje de baño que pasados dos veranos sin que nos quepa en el cuerpo, nos resignamos a considerar impropio para nuestras carnes, así también serían ahora los pecados para la vestimenta del espíritu. Tienen fecha de vencimiento. Pasada una determinada cantidad de años, si ya no se habla de ellos en la Iglesia, pues sencillamente no existen.
III.-Conocer y admitir estos principios rectos y procurar darles una aplicabilidad en cada aquí y ahora, no es un error filosófico (platonismo) ni una herejía religiosa (donatismo). Es la olvidada y simplísima virtud de la coherencia. Lo que Jordán Bruno Genta llamaba teresianamente “preferir la verdad en soledad al error en compañía”. Que pueda caerse en excesos o en defectos en su práctica, es riesgo propio de toda virtud. Va de suyo que cada quién hará lo posible por conservar el justo medio moral.
Nadie dice que “el orden moral y político, si no es cristiano, está irremediablemente corrompido”. Gobiernos hubo en tiempos paganos que pueden merecer nuestro encomio. Y hasta lo mismo podría decirse de ciertos gobiernos paganos en tiempos cristianos. Pero el ordenamiento moral y político que tenemos por delante y bajo el cual se nos propone vivir, es explícitamente anti-cristiano, y aún anti-natural y anti-humano. De allí que esté irremediable e inherentemente corrompido. Y de allí que propongamos enfáticamente la niguna cooperación con el mismo y hasta nuestro módico intento de combatirlo.
Lo que la política tiene de arte prudencial, y lo que la prudencia tiene de principios e instancias aplicados a casos y circunstancias concretos, no es algo desvinculado de la “batalla de ideas”. Sencillamente porque la operación sigue al ser. La teoría no se confunde con la praxis. Pero ninguna praxis deja de presuponer una teoría, y hasta el praxeólogo puro –precisamente por eso- es deudor de una concepción previa que luego ejecuta.
Las fuentes de la moral con las que medimos la pecaminosidad o culpabilidad del régimen al que nos quieren obligar a acatar, siguen siendo las mismas que enseña el Catecismo: objeto, fin y circunstancias. Y no hay principio del doble efecto o de voluntario indirecto que pueda servir para mitigar el desbarajuste ético de los colaboracionistas del sistema. No es que tengamos por malo aquello que nos repugna. Nos repugna lo que está objetivamente mal. Es un error el mero circunstancialismo vitalista de Ortega, pero error es también negarle valor moral a las circunstancias en las que elegimos libremente actuar; o desconocer que existe una virtud que rige el obrar en cada circunstancia, que se llama circunspección y que es parte de la prudencia. Es un error y un calvario la conciencia escrupulosa. Pero también lo es el laxismo moral y la pérdida de la conciencia del pecado.
IV-No somos el partido de los votos anulados,ausentes o en blanco. Nos tiene sin cuidado ser partícipes de un cambio en los cómputos finales del escrutinio. Ni siquiera somos el partido de los abstencionistas. Porque creemos que hay un quehacer político del católico, sobre el cual ya nos hemos expedido en muchas ocasiones, durante largos años. Un quehacer posible, perentorio y necesario, que nos convierte en presentistas no enausentistas de la vida política.
La deslegitimación del sistema no depende del número de electores que acudan a los comicios. Es más del mismo criterio cuántico. El sistema es intrínsecamente perverso y por lo tanto incurablemente ilegítimo. Las mentiras de la voluntad popular y de la soberanía del pueblo, no se contrarrestan con el abstencionismo, sino con una prédica infatigable de los sofismas en que se sustentan y con la demostración de que una alternativa práctica nos resulta y nos resultaría posible, si fuéramos capaces de desentendernos de las categorías y de los criterios con que la Modernidadconcibe a la acción política.
Un amigo carlista y reaccionario y empecinadamente ultramontano, nos regaló esta cita de Dominique Paladilhe, contenida en su libro: La grande aventure des Croisés. Se trata de una declaración de Saladino -nada menos- que dice lo siguiente: “¡Ved a los cristianos,ved cómo vienen en multitud, como se apresuran por el deseo, cómo se sostienen mutuamente, cómo se cotizan juntos, cómo se resignan a grandes privaciones”! Lo hacen con la idea de que por ello sirven a su religión; he aquí porqué consagran a esta guerra su vida y su riqueza. En todo esto no tienen más causa que la de Aquél que adoran, la gloria de Aquél en el que tienen fe”.
Buena reflexión para tiempos electorales que coinciden,además,con una nueva embestida del Islam, en la que ya no hay Saladinos ni mucho menos un Cid ni un Juan de Austria. Buena reflexión ante esta nueva y trágica encrucijada de la Iglesia y de la Patria. Quede dicho:no quisimos ni queremos tener otra causa que la gloria y la adoración de Aquél. Y en esta causa, se nos van los años, las privaciones,la vida y la guerra.
Pta: Por si alguien dispusiera de tiempo y ganas sugiero la lectura del Epílogo de mi libro La perversión democrática, donde me demoro en el quehacer político del católico, tomando distancias de posturas abstencionistas y colaboracionistas. Sólo aclaro que el escrito es del año 2010.

 


[1] Para quienes no estén en el tema –ni tengan porqué estarlo- aclaro que estoy aludiendo a una seguidilla de interesantes notas del blog Info Caótica(“El mal menor no es un pecado menor”, “El donatismo político”, “Balotaje”, “Algo  sobre el platonismo político”). Aclaro igualmente que, al margen de esta dolorosa disidencia, en no pocos y sustanciales planteos me siento afín al pensamiento expresado desde este valioso sitio digital. Y que fue desde el mismo, entre otros, que se dio a conocer la solidaridad de un puñado de amigos hacia mi persona, ante el ridículo y canallesco entredicho planteado por Monseñor Taussig.Por lo que guardo un agradecimiento particular.
[2] Declaración del Instituto de Filosofía Práctica, La vindicta como parte potencial de la justicia y las elecciones presidenciales, Buenos Aires,4-11-2015.

[3] Primer comentario de la Redacción del blog Infocaótica al artículo “Algo sobre el platonismo político”, 29-9-2015

miércoles, 11 de noviembre de 2015

El mal menor no es un pecado menor


La cuestión del mal menor en política parte de una expresión problemática. Porque pareciera que en determinadas circunstancias es legítimo cometer un mal moral menor para evitar otro mayor. Y esto no es verdad: hay acciones que nunca pueden realizarse porque son malas en sí mismas. Hay otras acciones que son de suyo indiferentes -aunque mal sonantes como se decía en el argot escolástico, para expresar apariencia de mal- que con causa proporcionada pueden realizarse.
La doctrina católica segura y constante está expuesta en una bibliografía inagotable. Tratamos de ofrecer una síntesis de los criterios fundamentales que se encuentran en cualquier manual clásico. 
Pero hay un punto de la reflexión en el cual la doctrina necesita de aplicación a particulares circunstancias de tiempo y lugar. Y aquí debe intervenir la prudencia. El comunicado del INFIP expresa una de las posibles aplicaciones prudenciales. Pero ciertamente esta opción no es la única ni necesariamente es la más acertada. Partiendo de los mismos principios se puede llegar a otras conclusiones prácticas, como podrían ser la abstención electoral o el voto por el otro candidato.
Por último, queremos insistir en algo que dijimos en uno de nuestros comentarios: el donatismo político es un error en los principios morales. Quien admite principios rectos pero realiza una aplicación prudencial diferente a la del INFIP no puede ser tachado de donatismo político. 
Los principios morales fundamentales son dos:
a) nunca es lícito el apoyo formal a un partido doctrinalmente inaceptable (un apoyo tal que signifique una aprobación de los falsos principios o de los objetivos nocivos de tal partido);
b) es lícito un apoyo meramente material por motivos de un mayor bien común (apoyo material que tiende intencionalmente y de hecho a un mayor bien común, pero del cual podrá valerse un partido inaceptable para conseguir sus fines particulares).
Esto se suele expresar en términos de cooperación material y formal. La cooperación formal es siempre ilícita, la material será o no lícita según las exigencias del bien común.
El que ha de tomar una opción electoral ha de comprender que debe trasladarse al terreno político una recta actitud moral.
Por tanto debe:
1º. Ante todo asegurar en sí mismo esta rectitud moral: repudiar el mal, no querer contribuir a su difusión a través del apoyo al partido que en alguna u otra forma lo encarna. Al mismo tiempo adherirse positivamente al verdadero bien común con voluntad de procurarlo. Este es el terreno de la conciencia en el cual la Jerarquía puede intervenir para aclarar su visión.
2º. Debe, luego, examinar el terreno político y calcular los alcances de su colaboración, tanto los negativos (ventajas para la causa del mal) como positivos (ventajas de otro orden en vista del bien común). Este es el terreno del cálculo político.
3º. Por fin, deberá traducir o expresar con su voto político, con su colaboración o no colaboración su recta jerarquía de bienes. Este es el terreno de su decisión personal, fruto de una síntesis o aplicación de los criterios morales a los datos políticos.
Notemos dos líneas a primera vista contradictorias, en que la Iglesia ha insistido: en el campo político no hay que contaminarse con el mal con su aprobación explícita o implícita, y hay que intervenir cooperando a veces con los que obran el mal. Esta segunda obligación ha sido doctrina constante de los Papas particularmente desde León XIII (p. ej. en Immortale Dei y con su famosa llamada de 1889 a los católicos franceses a tomar responsabilidades en un gobierno laicista y antirreligioso) hasta el presente. Porque el católico tiene obligación de actuar en la vida pública de su país para bien de todos y no puede refugiarse en un cómodo aislamiento so pretexto que la política no es limpia.
Actuar y no contaminarse. Edificar la ciudad teniendo que colaborar a veces con los agentes de la destrucción. Tal es la difícil tarea del cristiano. ¿Cómo conciliar las dos urgencias: la de la rectitud moral en no hacer el mal y la de las virtudes sociales en hacer el bien?
La moral tradicional ha consagrado una norma práctica que suele ser llamada principio del doble efecto. Aplicándolo a nuestra problemática tendríamos que:
a) es lícito apoyar un partido viciado doctrinalmente o aliarse con él cuando conjuntamente:
1º. Tal posición se traduce directamente en ventajas para el bien común;
2º. Lo que se pretende son esas ventajas no queriendo y sólo tolerando el mal que pueda derivarse de tal apoyo o compañía;
3º. Las ventajas son tales que compensan los males que resultan.
b) En cambio sería ilícito dar un voto a favor de un partido viciado en cualquiera de estas tres hipótesis:
1º. Cuando este apoyo no puede obtener otro resultado que la realización de una doctrina falsa y perniciosa para el verdadero bien, con posibles atropellos a los derechos fundamentales de la Iglesia y de las personas;
2º. Cuando, aunque algunas ventajas derivaran de la cooperación, éstas no son tales que compensen los daños;
3º. Cuando el voto implica concesiones o condiciones que no se pueden aprobar en conciencia.
Estos principios son siempre abstractos; en un momento posterior se deberá pasar a las aplicaciones concretas de orden prudencial.


martes, 10 de noviembre de 2015

El donatismo político

¿Qué es el donatismo político? Algo difícil de definir, pero existente. El punto de partida es bienintencionado: la búsqueda de coherencia cristiana en la vida política.
El donatista político
— es (difusamente) maniqueo: el orden temporal y político, si no es cristiano, está irremediablemente corrompido.
— cree (implícitamente) que las ideas son substancias. Y concibe la política prudencial como una batalla de ideas. 
— confunde la teoría con la praxis. Supone que los grupos sociales —que son todos prácticos, de conductas— son la encarnación substancial de unas teorías. De este modo, no puede distinguir ideología (que como toda idea es inmodificable desde su enunciación) de los movimientos políticos (que como todo grupo social puede mutar en función de las diferentes conductas de sus miembros).
— las fuentes de la moral ya no son las tradicionales: objeto, fin y circunstancias. El determinante primario es la propia sensibilidad compartida con un grupo de afines: si nos repugna, está mal. O lo decisivo radica en algunas circunstancias que de suyo no afectan la moralidad de los actos concretos: la presencia en un lugar, el contacto físico con pecadores públicos, gestos de urbanidad, fotos, vídeos… 
— es una forma de rigorismo. Confunde conciencia delicada con conciencia escrupulosa. Y hace del escrúpulo principio rector de la conducta.Ve pecado donde no lo hay; o falta grave en pecados leves. Lo simbólico tiene poder de contaminar el acto humano, aunque la voluntad no consienta en pecado alguno. Todo parece escandaloso; aunque sea un escándalo farisaico. Toda cooperación política se vuelve ilícita. El fenómeno recuerda a las "impurezas legales" del judaísmo.
Las consecuencias. Una, parálisis moral: no se hace el bien posible, por pequeño y modesto que sea, por miedo a cometer un pecado (imaginario, de "contaminación" por contacto con "el sistema"). Otra, la búsqueda temeraria de sucedáneos del martirio por medio de la provocación autocomplaciente (se reeditan, “aggiornados” y en pequeña escala, los errores de los circunceliones y otros provocadores del siglo IV).
El donatismo político está equivocado